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CUENTOS GALOS SOBRE RUEDAS

No muy lejos de París los campos se tiñen de mostaza, el Pompidou exhibe obras que le quedan grande a la capital y un par de cocodrilos exiliados relatan la historia del nacimiento de los jeans. La Francia de las ruinas romanas y la cocina de Paul Bocuse promete no decepcionar a las visitas. Para comprobarlo solo se necesita un pase de tren y pueblos que, como estos, son puro cuento.

El olor de los cruasanes recién horneados, la imagen trillada de la Torre Eiffel cuando oscurece, los pintores que inmortalizan Notre Dame en una servilleta, esas son las escenas parisinas que enamoran a primera vista. Tres en una lista interminable que también incluye cafés a orillas del Sena, bailarinas degasianas que no se cansan de ensayar y calles por las que caminan hombres tan ridículamente guapos como bien vestidos. París es un Don Juan. Y lo sabe. Los clichés son solo el principio de una estrategia de seducción más elaborada. Al Louvre, al Arco del Triunfo y al Moulin Rouge le siguen los encantos cotidianos. Quien no cae rendido ante las postales obvias, cae ante las heladerías de la Île Saint-Louis, los músicos callejeros de Le Marais o los mosaicos del metro que, incluso sucios, no dejan de tener su dejo nostálgico. Quizás por la suma de todo lo anterior, París siempre está presente en la lista de las 10 ciudades más visitadas del año. Y quizás por lo mismo, cuesta trabajo decirle adiós a la ciudad de las luces. Por suerte, ese momento en el que dos mujeres con burka compran bagels kosher en un barrio donde se ven tantos rabinos como parejas de hombres tomadas de la mano no es excepcional. Así que el momento decisivo no es el de la línea anterior, sino ese en el que se le dice adiós a París para seguir las vías del tren y perderse en los centros históricos y ciudades de otras regiones de Francia. Al principio cuesta trabajo, pero se quita rápido cuando se descubren museos de la talla del Pompidou que no tienen filas de tres horas y cafeterías donde los expresos, buenísimos, no cuestan mínimo cinco euros. O seis si se prefieren cortados. Tranquila París, que no eres tú, son ellos.

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Metz
Alguna vez, esta ciudad de edificios góticos fue hogar de grupos bárbaros, leyendas celtas, cantos gregorianos y emperadores germanos. Y con ello, de todas las peleas libradas entre los seguidores de unos y de otros. Ya no. Ahora, dicen, la principal disputa en la capital económica de Lorena es entre artistas. Hasta hace no muchos años, Metz era conocida por su peculiar cultura franco-germana y su cercanía con Luxemburgo y Alemania. Pero eso también es cosa del pasado. Desde que Shengen acabó con las fronteras europeas y los tratados de libre comercio con los aranceles, cruzar de un país a otro en el viejo continente es tan emocionante como encontrar un pretzel en Francia. O en cualquier otra parte del mundo. Incluso Graoully, el dragón iracundo que durante el Medioevo aterrorizó a la aldea y con el paso de los años se convirtió en un personaje legendario, se retiró. Un dragón vencido por un misionero cristiano ya no causa mucho revuelo, así que la bestia icónica del pueblo ahora apenas consigue apariciones esporádicas en panfletos turísticos y menús de restaurante.

En la actualidad Metz es conocida por su sede del Centro Pompidou, el museo de arte moderno y contemporáneo con mayor prestigio en Francia. Inaugurado en 2010, el edificio del arquitecto japonés Shigeru Ban ha convertido a esta ciudad en una incubadora de arte contemporáneo y al museo en la primera sede del Pompidou fuera de París. Además de exhibir obras de la colección permanente, la más grande del mundo en arte europeo de los siglos XX y XXI, el Centro Pompidou- Metz ha mostrado en sus galerías trabajos de Picasso, Warhol, Tania Mourad, Yoko Ono, Hans Richter, la Generación Beat y Sol LeWitt, entre otros. El museo tiene sala de cine, una tienda a la que cuesta trabajo resistirse y, lo que es más importante, espacios lo suficientemente amplios para exhibir piezas e instalaciones que en los edificios de 1970 eran impensables. Para muchos, la promesa de ver a Munch, Kandinsky y Miró en las paredes del Pompidou-Metz es razón suficiente para visitar la ciudad. Para otros, quizás lo sea la colección de vitrales que se puede ver en la catedral Saint-Étienne y que incluye trabajos de Hermann von Münster, Jacques Villon y Marc Chagall.

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Colmar
Más de uno ha dicho que si los animadores de La bella y la bestia se inspiraron en un lugar para dibujar el pueblo de Bella, ese lugar es Colmar. Bueno, la escena que se revela al salir de la estación de trenes es todo lo contrario. No parece una ciudad fea, definitivamente no, pero de los edificios residenciales del siglo XX que están frente a la estación no se espera un coro de damiselas en crinolina ni un panadero artesanal conforme con su vida provincial. Las manzanas que rodean la Gare de Colmar, con sus avenidas pavimentadas y edificios funcionales, no le hacen justicia al cuento de hadas que se esconde un par de cuadras atrás, donde la realidad supera a la ficción. La ciudad vieja, fundada en el siglo IX, es un laberinto lleno de empedrados, reliquias religiosas, leyendas no perecederas y dulces de violeta.

Colmar podría no tener absolutamente nada más que sus calles pintorescas y collages arquitectónicos para ser encantadora. Pero a sus casas de colores y panaderías folclóricas hay que agregar vinos blancos locales que compiten por el título de los mejores del país, viajes en bote por el río Lauch y el museo del escultor Frédéric Bartholdi, donde se pueden ver modelos de la Estatua de la Libertad. También hace falta sumar una colección de excepciones a la norma. Para un pueblo de apenas 70 mil habitantes, demasiadas. De entrada, Colmar tiene un microclima que la convierte en uno de los rincones más secos de Francia. O en palabras más benevolentes, días soleados casi todo el año. La biblioteca municipal definitivamente es menos folclórica que la del pueblo de la Bella, pero tiene una de las colecciones de libros impresos antes de 1501 más grandes del mundo. Además, producto de la historia de Alsacia, que un día amanecía francesa y otro alemana, Colmar forma parte de la única región en territorio galo donde la iglesia y el estado no están separados. Es más, el estado subsidia a las instituciones religiosas y a sus representantes. Y por la misma razón, los afamados vinos locales no se producen con varietales de nombre francés, sino con Riesling y Gewürztraminer. Entre las excepciones que hacen único al pueblo de Colmar todavía no hay registros de candelabros parlantes o teteras con instinto maternal, pero si sirve de consuelo, sí se habla de una bestia. Se hace llamar la Nachtkalb de Colmar y, según cuentan, se puede ver algunas noches en la Rue des Clefs.

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Dijon
Además de ser la mostaza gourmet más famosa del mundo, Dijon es la capital de la región de Borgoña. La ciudad que durante cinco siglos fue cabecera duCal acostumbrada a la bonanza, hoy es un pueblo que presume techos tradicionales construidos con tejas esmaltadas de diferentes colores, fachadas de piedra labradas a mano y un palacio que funciona simultáneamente como municipalidad y Museo de las Bellas Artes, uno de los más antiguos de Francia. El centro histórico forma parte del Patrimonio Cultural de la UNESCO y entre sus construcciones se pueden ver la iglesia de Notre Dame, construida en el siglo XIII, la Catedral de Dijon, terminada en 1325, y el salón de té Maison Millière, que mantiene ocupado un viejo edificio de 1483. Por supuesto, entre los monumentos icónicos de la ciudad hay una cantidad absurda de locales que venden crema de cassis, pain d’épices y sí, mostaza de todos los colores, sabores y tamaños.

A diferencia de la champaña, la mostaza Dijon no tiene denominación de origen. Cualquiera puede producir este tipo de salsa, sin importar el lugar ni la procedencia de las semillas, y etiquetarla como Dijon. La mala noticia: estadísticamente es muy probable que el frasco de mostaza Dijon que guardas en tu alacena se haya producido lejos de Francia con semillas canadienses. La buena: en la Borgoña todavía existen productores artesanales. Uno de ellos es Edmond Fallot, con casi 90 años de historia en el negocio de hacer mostaza. Su tienda, ubicada en la calle de la Lechuza, es perfecta para matar dos clichés de un tiro. Primero, degustar mostaza Dijon al natural, con miel y vinagre balsámico, a la trufa, con pimienta verde, al estragón y con Pinot Noir, por listar algunos sabores. Y segundo, ser partícipe de la única tradición de Dijon que, probablemente, es más antigua que su mostaza. En la cara norte de la fachada de Notre Dame se puede ver una lechuza labrada en la piedra. Nadie tiene certeza de qué representa ni por qué está ahí, pero se sabe que su existencia antecede a la construcción de la capilla. Y dicen, aunque eso tampoco se sabe, que la lechuza concede deseos: solo es cuestión de pedirlos con la mano izquierda bien puesta sobre la piedra.

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Lyon
Esta ciudad no es precisamente un pueblito. Con medio millón de habitantes, un par de sucursales de Galerías Lafayette y 40 estaciones de metro, Lyon es la tercera ciudad más grande de Francia. Y también el lugar donde los hermanos Lumière filmaron su primera película (La Sortie de l’usine Lumière à Lyon) y donde se construyó el primer funicular urbano pensado como medio de transporte público. La capital de la región Ródano-Alpes tiene mucho que presumir, incluidos un monasterio diseñado por Le Corbusier, un centro histórico que forma parte del patrimonio cultural de la UNESCO, un anfiteatro de la época de los romanos y una estación de trenes diseñada por Calatrava. Pero si entre todos sus atractivos tuviera que quedarse con uno solo, se quedaría con la cocina. Los museos, las pasarelas y la réplica tristona de la torre Eiffel que sirve como antena de televisión en Lyon se quedan algo cortos cuando se comparan con los de la capital. Pero cuando se trata de gastronomía, la pregunta es París qué.

Hace ya varios años que la referencia obligada para hablar de cocina francesa es el controversial Paul Bocuse. Y no se puede hablar del chef sin hablar de la ciudad donde vive, donde cada dos años entrega el reconocimiento Bocuse d’Or y donde, por 50 años consecutivos, su restaurante L’Auberge Du Pont de Collonges ha sido galardonado con tres estrellas Michelin. Quizás no tiene sentido hablar de un viaje con paradas improvisadas y al mismo tiempo mencionar un restaurante al que no se puede entrar sin una reservación hecha con varias semanas de anticipación. Pero en la escena culinaria de Lyon, Paul Bocuse está hasta en la sopa… si no en su tradicional caldo de trufa negra, que se vende en 85 euros el plato, en las cremas embotelladas que se ofrecen en el mercado que lleva su nombre. Les Halles de Lyon se inaugura en 1971 como un mercado techado de tres pisos, especializado en ingredientes frescos y locales, que pronto se convierte en una institución de la ciudad. Más de 30 años después, en una nueva ubicación y para celebrar una remodelación, Paul Bocuse es invitado como embajador del mercado al que bautizan con su nombre. Hoy, cerca de 60 locales venden productos regionales como tartas de praliné color rosa, embutidos de carne de cerdo con pistacho, queso Saint-Marcellin y cojines de Lyon, unos dulces típicos lioneses preparados con pasta de almendra pintada de verde y rellenos de ganache de chocolate con licor de Curaçao.

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Nimes
Al sur de Francia, donde el aire ya sabe a mar y la humedad del Mediterráneo se filtra por las ventanas, se encuentra Nimes. La ciudad, última parada en el recorrido, está llena de preguntas. Y también de columnas corintias, suficientes como para pensar que el tren se ha desviado hasta llegar a un pueblo romano en el que no ha pasado el tiempo desde el año cero de nuestra era. Nimes es la capital del departamento de Gard, pero sobre todo, es el lugar donde se encuentra el único templo romano conservado en su totalidad. Se trata de Maison Carrée, un templo que el emperador César Augusto manda a construir alrededor del año 2 de nuestra era en honor a sus nietos. En la ciudad también se puede ver la Arena de Nimes, un anfiteatro construido alrededor del año 100 de nuestra era y considerado en la actualidad entre los mejor conservados, y la Torre Magna, lo que queda en pie de una muralla construida en el año 15 antes de nuestra era.

La conservación de la polis romana de Nemausus, la actual Nimes, es el principal enigma de la ciudad, pero no es el único. Su escudo, protagonizado por una palmera y un cocodrilo amarrado al tronco, también tiene lo suyo. Primero, porque no hay cocodrilos en el Mediterráneo francés. Y segundo, porque tampoco los hubo en la era de los romanos. El motivo, recurrente en edificios y monumentos de la ciudad, tiene su origen antes del año cero: cuando Octavio, futuro emperador César Augusto, derrota a Cleopatra. Así, la palma se convierte en un emblema de gloria, el cocodrilo amarrado en el recordatorio de la derrota egipcia y el símbolo en un factor de identidad regional. Tanto, que los burgueses del siglo XVIII encuentran brillante la idea de obsequiar a sus políticos favoritos cocodrilos disecados. Lástima que no pensaron en esa tela típica de Nimes (sí, denim) a la hora de los regalos. Quizás lo que colgaría ahora de la municipalidad, en lugar de cuatro cocodrilos, se- rían cuatro modelos prototípicos de pantalones de mezclilla.

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CÓMO LLEGAR
Aeroméxico y Air France ofrecen vuelos directos entre la Ciudad de México y el aeropuerto Charles de Gaulle en París todos los días. aeromexico.com
airfrance.com

CÓMO MOVERSE
Una opción considerable para viajar en Europa por tren, sobre todo si se tienen contemplados varios trayectos, es adquirir un pase de Rail Europe. Los pases, disponibles para turistas con nacionali- dades no europeas, se ofrecen de acuerdo a la región y al número de viajes necesarios. En este caso, un pase de uso exclusivo en Francia por 6 días no consecutivos es más que su ciente. Aunque si se pretende recorrer más del Viejo Mundo, se puede comprar un pase continental con viajes ilimitados hasta por tres meses consecutivos. Otra opción es comprar cada trayecto por separado con la Compañía Nacional de Trenes francesa (SNCF, por sus siglas en francés), pero es más caro y laborioso. raileurope.com.mx
sncf.com

Tiempos de viaje en tren
París – Metz
1 hora 30 minutos
Metz – Colmar
2 horas
Colmar – Dijon
1 hora 40 minutos
Dijon – Lyon
1 hora 35 minutos
Lyon – Nimes
1 hora 25 minutos
Nimes – París
3 horas

[toggle Title=”DÓNDE DORMIR”]
Hilton París Ópera
D. 108 Rue Saint-Lazare, París. hiltonparisoperahotel.com
La Citadelle (MGallery Collection)
D. 5 Avenue Ney, Metz. citadelle-metz.com mgallery.com
Château d’Isenbourg (Small Luxury Hotels)
D. Rue de Pfaffenheim, Rouffach, (Colmar).
isenbourg.com
slh.com
Grand Hotel La Cloche (MGallery Collection)
D. 14 Place Darcy, Dijon. hotel-lacloche.com mgallery.com
Mama Shelter Lyon
D. 13 Rue Domer, Lyon. mamashelter.com/lyon
Jardins Secrets
D. 3 Rue Gaston Maruéjols, Nimes. jardinssecrets.net

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[toggle Title=”QUÉ VER”]
Centro Pompidou-Metz
D. 1 Parvis des Droits de l’Homme, Metz.
centrepompidou-metz.fr
Museo Bartholdi
D. 30 Rue des Marchands, Colmar. musee-bartholdi.fr
Museo de las Bellas Artes de Dijon
D. 1 Rue Rameau, Dijon. mba.dijon.fr
La Maison Millière
D. 10 Rue de la Chouette, Dijon. maison-milliere.fr
Les Halles de Lyon Paul Bocuse
D. 102 Cours Lafayette, Lyon. halles-de-lyon-paulbocuse.com
Arena de Nimes
D. Boulevard des Arènes, Nimes. arenes-nimes.com

[/toggle]

[toggle Title=”QUÉ HACER”]
Sweet Narcisse
(Paseo en bote por el río Lauch) D. 10 Rue de la Herse, Colmar. barques-colmar.fr
Edmond Fallot
(Degustación de mostaza)
D. 16 Rue de la Chouette, Dijon. fallot.com

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[toggle Title=”DÓNDE COMER”]
Praline rosado típico de Lyon.
Le Loir dans La Théière
D. 3 Rue des Rosiers, París. leloirdanslatheiere.com
Café Épicerie
D. 6 Rue du Boeuf, Lyon. courdesloges.com/549-restau- rant-cafe-epicerie.htm
L’Auberge du Pont de Collonges
D. 40 Rue de la Plage, Collonges- au-Mont-d’Or (Lyon).
bocuse.com
Le Ciel de Nîmes
D. Place de la Maison Carrée, Nimes. lecieldenimes.net

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