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El Arenal, Costa Rica

AVENTURAS EN LA SELVA AL PIE DEL VOLCAN

“Verde que te quiero verde” diría García Lorca de Costa Rica, un país cubierto de selvas, cafetales y campos de caña, forjado por ríos y cascadas, erguido de montañas y volcanes. “Y el monte, gato garduño, Eriza sus pitas agrias” seguiría el poeta al descubrir el Arenal, un volcán en actividad que escupe humo continuamente y vierte lava de acuerdo a su humor. Domina el horizonte como un jinete dirige a su manada, grita con su fumarola cuando advierte, a sus pies nació un paisaje paradisiaco, sembrado de cascadas, ríos y sorpresas naturales que fascinan y relajan al alma dentro de un cuerpo exhausto por las excursiones.

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Desde el pequeño pueblo de La Fortuna, donde la vida transcurre al ritmo de las erupciones, me encuentro con el Arenal que lo domina y aplasta todo con sus 1, 600 metros. El campo es hermoso, la selva cubre los montes e invade la carretera, y mi hogar es una fábula: es el Hotel & Spa Arenal Nayara, el lujoso resort número uno de Centro América. Desde la terraza de mi cabaña, hundido en el jacuzzi, observo a mi amigo el volcán; cómo las nubes lo acarician, como las horas y los vientos se aplastan sobre él, lo cubren o lo coronan. La vida en el Nayara transcurre al ritmo de la sofisticación, consintiendo el alma y el cuerpo con los excelentes masajes en el spa, con vista al torrente y recibiendo la brisa de la selva. Las hierbas aromáticas nos sumergen en los placeres sensuales, los aceites exóticos se untan en la piel para revivir las emociones. Los sabores invaden la boca al descubrir los innovadores platillos asiático-latinos del Sushi Amor, restaurante romántico con vista al volcán, y en algunas noches se puede observar como escurre la lava mientras se degustan esos aromas. La cena más tradicional de excelente cocina internacional o costarricense se disfruta en el restaurante Altamira o en el Bar de Vinos, donde podemos probar gran variedad de vinos por copas.

Generalmente, por las noches, se despeja y la silueta del Arenal se adivina entonces en la penumbra cuando las estrellas alumbran la bovedilla celeste, mientras las ramas de los árboles crujen. Dormir en medio de la selva, en el refugio de mi cabaña, me permite gozar de sus intrigantes ruidos, de una vida nocturna muy intensa en medio de ese infierno verde llamado paraíso. Nayara es un edén ideal para descansar después de las intensas excursiones en la cercanía del volcán, revivir el cuerpo antes de desbordar de adrenalina. Muy cerca del hotel visito el Arenal Natura Ecological Park; donde puedo observar las más bellas ranas del país, con colores verdes, naranjas, azules, transparentes, otras que parecen dinosaurios. En el mismo hotel descubro unos murciélagos, unas guacamayas rojas y azules, un perezoso que se desplaza a su lento ritmo con su carita de dormido y sorprendido.

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Mi primer paseo me lleva al Camino de los Puentes Colgantes, donde visito el bosque tropical húmedo de esa sorprendente reserva al pie del volcán, donde habitan pájaros y animales. Cruzo nueve puentes fijos y seis puentes suspendidos durante ese recorrido de tres kilómetros que dura cuatro horas, descubro unas ranas de color rojo con patas azules, observo unos coatíes, algunos pericos y perezosos. Es una emocionante sensación de pasar esos puentes que nos protegen de los peligros de la selva al mismo tiempo que nos acercan a sus tesoros.

El coche me lleva por la orilla del magnífico lago Arenal, descubro unos pueblos pasmados en el tiempo, una granja de estilo suizo, las verdes praderas que se reflejan en las nubes bajas. Alcanzo el Parque Nacional Tenorio donde camino ocho kilómetros para alcanzar los “Teñideros” del río Celeste donde dos riachuelos de aguas cristalinas se juntan para crear aguas de color azul celestial. Regreso por un hermoso sendero en la selva hasta descubrir las “Ollas”, unos orificios en la tierra donde excavo el barro terapéutico para tomar un baño de lodo y me sumerjo en seguida en las aguas termales del volcán Tenorio, dentro del bosque tropical nubloso. Me sorprende mucho las fumarolas con gases extremadamente calientes que surgen de la tierra y finalmente descubro la soberbia cascada del río Celeste con su color turquesa donde degusto mi lunch. Al regresar de esa excursión, me detengo en el Star Trek que permite volar por lo alto de los árboles por medio de las tirolesas, ocho tramos de cables que ofrecen un paseo de 2.8 kilómetros entre los árboles. Eso me da la oportunidad de observar unos tucanes y otros pájaros mientras el volcán Arenal vigila mis saltos.

Los días pasan sin temer al aburrimiento. Siempre surge una actividad, una sorpresa, una aventura. Con un grupo de huéspedes del Arenal Nayara, cabalgamos por el rancho del hotel hasta llegar al río La Fortuna a través de una selva indomable y vadeamos el río por un camino seguro hasta llegar a la cascada. La vista de la indomable cascada que surge de la montaña es fascinante, demostrando su potente fuerza. Bajamos por un accidentado camino en medio de la selva hasta la base de esa misma cascada donde nadamos, disfrutando del edén natural que surge al pie del volcán, observando extrañas lagartijas, colibríes, tucanetas. Es un inmenso placer descubrir la frescura del agua, aturdidos por el intenso ruido del agua que cae desde esa gran altura, la ladera del acantilado está cubierta de helechos y musgos. De repente, el cielo cae sobre nuestras cabezas: un increíble aguacero atiborra la selva, los árboles se doblan, las ramas se caen con estruendos, la emoción se intensifica y nadamos en el río. Después del chubasco nos dirigimos hacia la ladera occidental del Arenal donde empezamos nuestra caminata por el sendero Los Tucanes, atravesando la selva tropical y cruzamos una gran corriente de lava que data de 1992. Intrigados por las plantas y la vida silvestre, desde lo alto del camino encontramos una vista espectacular del lago Arenal. Alcanzamos un punto donde descubrimos la furia de la ardiente lava que desciende del volcán y terminamos la excursión con un descanso en las aguas termales.

Uno de los momentos más emocionantes de la estancia en el Nayara, es descubrir el auténtico paraíso: un jardín tropical llamado Tabacón sumergido en la selva natural donde corre un torrente de aguas termales calientes. Es un verdadero nirvana soñado por los dioses, las cascadas llevan a unas pozas donde me inmerjo, el agua quema sin dolor, el bienestar del cuerpo relaja el alma, cambio de pozas a riachuelo, de cascada violenta que masajea la espalda a jardín zen para relajarme, y disfruto ese jardín creado por una fuerza sobrenatural pero rediseñado por el hombre para que sea accesible y encantador. Las iguanas me acompañan, los colibríes me zumban en los oídos, los pájaros pintan el aire con sus colores amarillos o rojos, las culebras verdes se esconden bajo las hojas. Tabacón es un refugio natural donde las aguas termales relajan los sentidos, aguzan las vibraciones del cuerpo, estimulan los flujos eléctricos del alma. Es un verdadero placer que aviva a flor de piel dentro de un edén escondido al pie del volcán Arenal.

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La adrenalina se desparrama al momento de empezar el rafting en el río Sarapiquí, entre La Virgen y Chilamate. El agua está enfurecida, bajando con mucha fuerza, haciendo del río un nivel III o tal vez IV. Nos lanzamos a su conquista en nuestra balsa, devorando las olas gigantescas que esconden piedras que tenemos que esquivar, la adrenalina desborda de nuestros poros, el corazón da saltos como si quisiera salir del cuerpo. El paisaje es sublime, pasando por la selva durante casi diez kilómetros, en una zona poco habitada y el agua del río es cristalina, sin contaminación. Nos detenemos en diferentes lugares para nadar en aguas tranquilas y transparentes, para descansar de las fuertes emociones al desafiar los rápidos que llevaban nombres como “Piña Colada”, “el Codo del Diablo”, “Gringo Hollow”, “Confusión” o “Air Force”. En esas paradas degustamos unas frutas y bebidas, y terminamos el recorrido en un hermoso cañón de aguas tranquilas antes de llegar al campamento donde nos cambiamos de ropa y disfrutamos de una buena comida caliente.
El Arenal es un sorprendente entorno que ofrece unas vistas deslumbrantes del volcán que eructa humo y derrama lava, pero también es un parque natural que permite una comunión perfecta con la naturaleza.

En San José, visito el Teatro Nacional construido al final del siglo XIX, utilizando maderas preciosas, mármoles, oro y vidrios franceses para su construcción que duró siete años, se inauguró el 21 de octubre de 1897 con la ópera “Fausto” de Gounod. También visito la catedral y el Museo del Oro, el cual presenta unas fascinantes piezas prehispánicas al igual que el Museo del Jade. En los alrededores de San José, alcanzo el volcán Irazú que culmina a 3,432 metros de altura con un cráter que alberga una laguna de color jade. Descubro el volcán Poas que se eleva a 2,704 metros y el fabuloso parque nacional Braulio Carrillo donde recorro los sofisticados caminos con puentes colgantes, tirolesa con cables suspendidos por encima de las barrancas y la copa de los árboles gigantescos. Me dejo sorprender por Cartago, la antigua capital hasta 1823, con su impresionante basílica de Nuestra Señora de los Ángeles que aloja a la virgen llamada “la Negrita”, patrona del país. En el cercano Valle de Orosí se cultiva el mejor café, visito la iglesia colonial de Orosí, las ruinas de la iglesia más antigua del país, y Nuestra Señora de la Limpia, en Ujarrá.
Pasando por la reserva de Monte Verde, descubro el volcán Rincón de la Vieja, antes de instalarme en la costa de Guanacaste, en la península Papagayo y gozar del fastuoso hotel Four Seasons donde se juega golf en compañía de monos capuchinos y se disfruta de las playas o de las suntuosas habitaciones en compañía de tejones e iguanas.

Si bien conozco Costa Rica por haber visitado el país varias veces, recorriéndolo de este a oeste, de norte a sur, mi corazón late con ardor cuando me encuentro en el Arenal donde la fuerza de la naturaleza invade mi alma y estremece mi cuerpo. Los Ticos son encantadores y la magia del volcán los hace más cariñosos todavía, la selva vibra para acariciar las faldas de la montaña sagrada, las nubes la pintan mientras el sol derrama colores morados y mandarina cuando despierta sus laderas. Su humo intriga, sus temblores zarandean los sentidos, sus aguas termales escarnecen la piel y provocan escalofríos. El Arenal y el Hotel Nayara junto a él, son un nirvana inventado por el dios que rige la furia de la naturaleza y el sabor de los placeres de la biosfera. Es una comunión perfecta, la opulencia para el viajero en busca de aventura sensual y emocional.