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Festivales de Jazz, entre Hándicaps y apologías

Texto por: Luis Felipe Ferra.

Con tino, la ecología del jazz de México coloca en su centro a los músicos, quienes constituyen la sustanciosa fuente desde donde se crea y parte la escena misma. Su actividad es primordial. No obstante, resulta ilustrativo advertir que en más de un sentido, y sobre todo cuando se habla de management cultural, estos se convierten en otro eslabón de una cadena mucho más extensa.

De tal modo, que la escena jazzística mexicana, además de contar con instrumentistas, cantantes y compositores, se nutre de programas de radio, sitios web, disqueras, locutores, diseñadores gráficos, clubes de jazz, gestores culturales, tiendas de instrumentos, cineastas, maquiladoras, redes sociales, estudios de grabación, programadores, críticos, programas de televisión, fotógrafos, giras, periodistas, una creciente oferta educativa tanto pública como privada, promotores, blogueros, empresarios, historiadores, un ávido público, medios de comunicación especializados, un incipiente merchandising y desde luego, los festivales.

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En el país existen festivales de jazz repartidos en las cuatro estaciones y los hay en distintos formatos: urbanos y rústicos, de paga o gratuitos, diurnos y nocturnos, en playa o desierto, y con oferta nacional y extranjera.

En materia de visibilidad y promoción, es posible que tan solo después del Internet, justamente sean estos eventos los espacios donde el género se ha hecho notar con mayor fuerza. Año tras año, músicos nacionales y extranjeros se dan cita en los escenarios de los festivales que celebran el jazz, mismos que no solo se han multiplicado sorprendentemente en la segunda década de los 2000, sino que también han sabido apoderarse de la geografía del país. De acuerdo al Atlas del jazz en México (2016), del crítico especializado Antonio Malacara, en suelo nacional existen más de 60 festivales de jazz. Menciono unos cuantos: el Jazzbook de la Ciudad de México; el Jalisco Jazz Festival en Guadalajara; el Jazz and Blues Festival de San Miguel de Allende; el Riviera Maya Jazz Festival de Quintana Roo; el Festival de Jazz de Querétaro-Montreal; el Chiapas Jazz Fest; el Festival de Jazz de Polanco en la Ciudad de México; el Tepic Jazz & Blues Festival; el Festival de Jazz Real de Catorce; el JazzTam Fest en Tamaulipas; el Festival Internacional JazzUv de Xalapa; y el Jazztival de Morelia.

En un país donde el jazz históricamente ha tenido una penetración comercial que roza la escualidez, mucho sorprende el paradójico superávit de festivales consagrados a este género; por ejemplo, en Hidalgo, Zacatecas o Campeche, extraordinariamente se organizan importantes eventos de jazz donde la posibilidad de hablar de una escena consolidada aún es lejana.

Así pues, este fenómeno deflacionario parte de diversos escenarios, los más optimistas aluden a individuos interesados en el jazz, proactivos y organizados, que desde la iniciativa privada desean ofrecer una alternativa musical en sus respectivas entidades; mientras que los más amargos, contemplan aquellas instancias gubernamentales que con el afán de agotar la partida presupuestaria y justificar su labor cultural, optan por generar un festival de jazz. Para brindar un panorama más amplio de lo que sucede con esta peculiar sobreoferta de festivales, a continuación algunos de los retos más polémicos y parte de sus mejores aciertos.

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HÁNDICAPS

Curaduría

Quizá uno de los puntos más críticos de muchos de los festivales de jazz realizados en México es el que concierne a la curaduría.

Los criterios de selección muchas veces son opacos cuando no oscuros; gratuitamente, hay festivales que incluyen géneros que no son jazz; y a la usanza política, no resulta infrecuente acudir a eventos donde los favoritos de las cabezas se apoderan de los escenarios, como si en todo México solo existiera un puñado de agrupaciones de jazz. Para Estefanía Romero, fundadora de Bob Spots y una de las periodistas más activas de la escena, esto es así: “Existen desde los festivales brillantes (como el de Xalapa, el de Nuevo León o el de la Riviera Maya), hasta los que tienen un consejo de inexpertos que no tienen idea de cómo curar un festival, con lo cual, lejos de contribuir, desinforman a las audiencias con shows mediocres”.

Oferta

Aunado a lo anterior, la oferta de actividades dentro de los festivales es muy reducida. En efecto, se recluta a más de una banda y se convoca a un público. Pero, como se sabe, si bien ese es un principio sine qua non de un festival, por el contrario, a estas alturas, difícilmente puede constituir su ideal. En una época en la que los festivales se han apoderado de la escena cultural a nivel global, es menester buscar distintivos profundos que le briden a estas celebraciones un carácter único: puede ser la misión que lo respalda; la oferta extraperfomativa (ponencias, mesas de debate, lanzamientos exclusivos); la búsqueda de diálogo interdisciplinario (exposiciones de otras artes); la enorme necesidad de integrar elementos educativos (master classes, talleres, charlas inductivas); y desde luego, la programación de jazzistas internacionales encumbrados que atraigan la atención mediática hacia lo que se produce en el país.

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Rigorismo

Para convertirse en jazzistas profesionales, los músicos mexicanos pasan arduos años de estudio y dedicación. Basta con revisar cualquier programa en estudios de jazz. Sin embargo, tal exigencia mengua notoriamente cuando se trata de la gestión de un festival: convocatorias tibias, itinerarios que no se cumplen, sueldos bajos para los ejecutantes, escasa seguridad para el público, falta de actualización en recursos digitales, backline sin renovar, carencia de equipo médico, presentadores sin guion y sitios web no actualizados, entre otras pifias. La pregunta incómoda es: pero ¿por qué no habría de exigírseles el mismo rigor a los organizadores y administradores de los festivales? Lamentablemente, no son excepciones los personajes al frente de eventos multitudinarios de jazz que no solo no pasaron por la universidad, sino que muchos ni siquiera cuentan con la experiencia en el ramo administrativo- empresarial ni en el rubro artístico-musical.

APOLOGÍAS

Teoría vs práctica

El deber-ser en el universo teórico es un anhelo constante. Desde los ojos del crítico, comparar, analizar y descalificar, además de cómodo, siempre resulta sencillo. Empero, la realidad es cruenta: abunda en adversidades, contradicciones y equívocos. Mucho más en un México donde los presupuestos culturales son guillotinados consuetudinariamente y suelen –como por costumbre– relegarse al final del listado de prioridades. Quienes laboran tras bambalinas en dichos eventos combaten contra el fantasma de la inasistencia, ante la constricción de los medios de comunicación y en buena medida, resistiendo las exigencias estrambóticas del propio género. De este modo, pese a que no restan pocas áreas por subsanar al interior de los festivales, el approach normativo de la crítica pareciera en extremo naïve y, en más de un sentido, desubicada. En defensa de los festivales de jazz en el país descansa el contundente argumento de la continuidad. El tiempo –reza el refrán–, es el mejor juez, y hoy son más de 25 los festivales dedicados al jazz que superan su séptima edición anual.

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Organizadores

Aunque la pasión por el género es el gran denominador común, el perfil de quienes laboran detrás de los festivales es tan heterogéneo como las diversas regiones donde se celebran: entre ellos hay empresarios, como Eddie Schwarz (Festival de Jazz de Polanco) u Oliver Hernández (Festival Internacional de Jazz Hidalgo); instancias educativas como la Unicach (Chiapas Jazz Fest) y la Universidad de Colima (Festival Internacional de Colima); ja- zzistas de la talla de Juan Alzate (Jazztival de Morelia) y Fernando Toussaint (Riviera Maya Jazz Festival); reconocidos gestores culturales como Gil Cervantes y Sara Valenzuela (Jalisco Jazz Festival); restauranteros como los hermanos Aguilar (ArsFutura) y el grupo Loop Tonic (Jazz en Jules); y por supuesto, todos aquellos festivales que son articulados por el gobierno que, guste o no, es un actor fundamental en la ecología del jazz mexicano (Festival de Jazz y Blues Revueltas, Laguna Jazz Fest y el Festival de Jazz de Irapuato, entre muchos otros). Debido a estas figuras es que actualmente, en el marco de un zeitgeist en favor del jazz que no merma, las opciones abundan lo mismo para el público que para los músicos.

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Quienes gestionan y organizan festivales, y todos aquellos que de una u otra manera reflexionan desde la crítica, no son frentes antagónicos. Por el contrario, representan las dos caras de una misma moneda. La crítica, indispensable para contar con una escena sólida cualitativamente hablando y los festivales, imprescindibles para que el jazz alcance más y mejor al público. Y es para que toda esta discusión no se pierda de vista, es siempre por él y para él.

Luis Felipe Ferra es Licenciado en Comunicación por la Ibero y Maestro en Humanidades por el Instituto Cultural Helénico. Es co-fundador de la productora cultural Polytropos AC y director de la serie de jazz, Nota Dominante. Actualmente, estudia su segunda Maestría en la Universidad de Melbourne en Gestión de Arte y Cultura. Luis Felipe es beneficiario del Fonca.