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Invisible exhibition: Cuando la oscuridad es tu mejor amiga

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No sé cuál es la cara que me mira
cuando miro la cara del espejo;
no sé qué anciano acecha en su reflejo
con silenciosa y ya cansada ira.
Jorge Luis Borges

Mira eso, ¿qué no ves?, te veo luego, ya veremos, ¿cómo ves?, ¡mírate!, lo veo y no lo creo, estás viendo y no ves. Tantas frases que tienen que ver con el sentido de la vista, un sentido que se asocia al control y al poder, un sentido que a más del 90% de las personas les aterraría perder y, que, preferirían sacrificar la agudeza del olfato, el equilibrado oído, el suculento gusto, o el fructuoso tacto.

Invisible Exhibition (Láthatatlan Kiállítás, en húngaro) es una iniciativa nacida en Budapest por la idea de una mujer que oscureció todo su departamento para entender y compartir la experiencia con su esposo, quien perdió la vista en un accidente. La exhibición se ha presentado en la capital húngara, Varsovia y Praga, y ha tenido un éxito absoluto. Pronto llegará a los Estados Unidos.

Este ensayo realista nos pone, por un momento, en la circunstancia de ser invidentes y nos sacude los mitos de una discapacidad que muchos aún consideran como enfermedad, sin saber que el problema principal está entre la ceguera y su integración con la sociedad. “El destino no los excluye de esta”, dice Malgorzara Szumowska, curadora de la exposición en Polonia. Lo que menos necesita una persona invidente es que la sumerjan en una oscuridad malentendida, en una condición de víctima o de minoría de la que hay que apenarse. Es importante ayudarla, pero no segregarla.

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Confiar en otros ojos

Luká Vámo es mi guía por el trecho invisible de la sede en Praga (Neviditelná Výstava) y se presenta con una sonrisa en el rostro. Tiene una playera roja con la marca de neumáticos Pneu Vraník, parpadea frecuentemente y no duda en abrir constantemente sus ojos pálidos, grises, de corneas opacas, pero con un gesto perspicaz y bondadoso. “Mis ojos no ven por fuera, pero me han enseñado a ver por dentro. Son mi condición, una que acepto y no temo mostrar”.

Luká perdió la vista a los doce años por un glaucoma congénito; dice que es una coincidencia con Andrea Bocelli, el cantante de Lajatico, Italia, quien padeció lo mismo aunado a un derrame cerebral que le haría perder la visibilidad a la misma edad que él. Luká recuerda perfectamente los colores, los rostros de su familia, los objetos y sus espacios. “Lo más difícil fue adaptarme a una nueva forma de vida e integrarla a la sociedad; pero aquí estoy, entregándome intensamente a la vida, como una ópera”.

Este checo gusta mucho de conectarse con el mundo y para eso el correo electrónico y la red son básicos. ¿Pero cómo mandar un e-mail si eres invidente? Bueno, hay software y hardware que reproducen la voz humana para leer lo que escribes y lo que recibes, también pueden generar copias impresas en braille. Además, Lukás es un mago usando la máquina Perkins, un aparato de nueve teclas, muy funcional para escribir en braille. La componen seis teclas (una por cada uno de los puntos braille), tecla espaciadora, tecla para retroceder un espacio, tecla de cambio de línea y un timbre que avisa cuando se aproxima el final del margen derecho —en el caso de Luká suena cada tres segundos— y permite escribir un máximo de 31 líneas de 42 caracteres sobre un papel que nuestro amigo ubica con tal respeto y destreza que pareciera convertirlo en una hoja de papel amate. Esta máquina ha sido su ventana, su silla voladora y su cincel invisible. Allí me escribe algo. Pienso que es una frase célebre para nunca olvidar; sin embargo, suelta una carcajada y me pregunta: “¿Sabes lo que dice?”, mi ignorancia era rotunda, así que Luká me arrebató el papel para pasarle la yema de sus dedos y revelar: “Entra un ciego a una cocina, coge un rallador de queso, y dice: ¿Pero quién ha escrito esta tontería?”. Eso estaba plasmado en aquel papel, un chiste, del que Luká se ríe a todo volumen. Allí me demostró esa capacidad para burlarse de sí mismo, para dejar saber que la vida es de todos y la disfrutas según la actitud con que la escuches, la huelas, la pruebes, la sientas, o “la veas”. Me he convertido en el invidente y Luká me invitó a su mundo, aquel en el que solo se sobrevive con la confianza, allí ya empezaba a guiarme con sus ojos.

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¿Ojos que no ven, corazón que no siente?

Entramos a un especie de laberinto sin rostro, la sensación al inicio es de incertidumbre y claustrofobia, pero el sabio cuerpo se acostumbra a la ausencia de luz. Así desaparezco de mi vista y solo recuerdo el extraño placer que de niño tenía por la oscuridad, de hecho, cruelmente llegué a encerrar a uno de mis primos a oscuras para que dejara de tenerle miedo y, lo más sorprendente, es que dio resultado. Luká nota que gozo el trayecto y me deja experimentar con los enigmas de ese universo. Nunca me fue tan desconocida una sombrilla, una pala o una tetera. Fue como volver a ser niño, tocar todo, escuchar con atención y guardar cada sensación en la memoria. El cerebro deja de caminar y nos damos cuenta de que puede correr (cuántas veces lo hemos dejado tirado en el sofá…); los sentidos empiezan a elucubrar con la semiótica de cada objeto, su aroma, su orden, la forma y el espacio que les hemos dado. ¿Por qué nunca hemos reparado en la forma bofa de un foco o la ciencia ficción que hay en una tostadora?

Pasamos por un área que simula una calle y allí el oído es la salvación. Allí es cuando comprendemos lo que posiblemente escuchaba Bach cuando caminaba por las rúas; cada sonido claro, ondas delatando su origen, su cercanía y su posición. Es una locura, pero todo se ordena y sorteamos la prueba. Sin darme cuenta, hemos recorrido un apartamento, hemos pasado por un río, salido a la calle y ahora estamos en un bar, para hablar unos minutos, saber el menú de bebidas, elegir una y pagar. Todo se vive realmente. Extiendo el tarro que contiene mi fría y deliciosa cerveza para brindar con mi compañero Lukás y con la oscuridad que ya está sentada con nosotros. Es justo ahí cuando te das cuenta de que recorrer ese laberinto fue recorrer el espíritu de uno mismo, su luz y su oscuridad.

Qué importante es ver ambos lados para entendernos. Qué importante es ser valientes para ver nuestra propia oscuridad. ¿Habré podido abrir mis ojos con una hora de ceguera? Puede ser; tal vez, como escribiría algún joven invidente: “Si viviéramos todos en total oscuridad, tal vez así aprenderíamos a amarnos de verdad”.

Como dato extra: hoy 15 000 indígenas chiapanecos padecen de tracoma, una inflamación de la conjuntiva por una bacteria, todo por falta de salud visual. Esto es tratable y se están tomando iniciativas para atenderlo, pero como sociedad civil podemos vigilar y participar para que estas se cumplan.

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