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La otra California

La tarjeta de presentación del estado dorado, sobre todo en la región fronteriza, contempla avenidas tapizadas de palmeras, mansiones faltas de recato y cuerpos envidiablemente bronceados. El estereotipo, producto de las técnicas de mercadeo del Tío Sam, está construido sobre una idea ilusoria. Seductora, sin duda, pero ilusoria. Más del 50% del sur californiano está formado por planicies áridas, parajes desolados y valles ávidos de lluvia. El desierto, regido por termómetros sin compasión, poco tiene que ver con los derroches de glamour angelino y los anhelos de brisa costera.

Tierra adentro, la cotidianidad abrasa, el calor intimida y el espíritu salvaje del Viejo Oeste no termina cuando se escucha al director decir corte. En la California olvidada no hay lugar para grandes museos ni alfombras rojas, pero el ejercicio de humildad lo recompensa con muestras efímeras de arte, árboles con delirio escultórico y carreteras que no saben guardar secretos.

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Compañías especializadas y grupos personales escalan las rocas de Joshua Tree.

No muy lejos de Los Ángeles, la sierra San Jacinto marca el fin del sueño californiano. Del otro lado de las montañas, los caminos revelan una tierra que implora agua y llora los excesos vecinos. Dos desiertos, del Colorado y Mojave, protagonizan una colección de postales donde los rascacielos se antojan absurdos y el verde se pierde en el olvido. Aquí, el agua es un lujo, las estrellas son las del cielo y los antojos que importan los dicta la naturaleza. A cambio de sacrificar los caprichos urbanos, la región desértica seduce a su gente con parques nacionales remotos, cantinas que prometen noches memorables y paisajes que recuerdan la inmensidad de la naturaleza. California, famosa por sus estudios de cine y hoteles presumidos, no necesita refinamiento para llamar la atención. También en su esencia rústica es capaz de impresionar. De eso, sin presumir, se encargan los horizontes pintados de morado, los pueblos que se muestran inmunes al paso del tiempo y las rocas que sirven como escaleras para alcanzar las nubes.

Árboles caprichosos

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Son más de 15 las especies de cactus que cohabitan el parque nacional Joshua Tree.

Cuando se trata de presumir parques nacionales, California es el estado favorito del Tío Sam. Ni siquiera Alaska, con su enormidad y terreno virgen, tiene tantos como California. La mayoría de las áreas protegidas, con sus paisajes boscosos y picos nevados, se ubica en el norte y centro del estado. Joshua Tree, el rebelde sureño, nada tiene que ver con todo eso. El parque del nombre bíblico no conoce de lagos ni deshielo. Y, para colmo, tampoco de moral. Producto de calores veraniegos infernales, la concurrencia del parque suele estar acostumbrada a dejar sus camisetas en el mismo lugar donde los hoteles esconden sus biblias. En cuestión de superlativos, Joshua Tree tiene poco de qué vanagloriarse. La reserva no es la más grande ni tampoco la más visitada de California. Aunque, eso sí, ocupa un puesto entre los 15 parques nacionales más populares del país. Y el título no es poca cosa cuando se compite con glaciares monumentales, géiseres iracundos y cañones que se autoproclaman grandes.

La fama de Joshua Tree, en parte, se debe a la cercanía de la reserva con Los Ángeles. Sin embargo, las casi 320 mil hectáreas de desierto protegido justifican su reputación con más que un viaje carretero de apenas dos horas. En este parque se encuentran dos de los desiertos más icónicos de Norteamérica. Por un lado, el desierto del Colorado, conocido por sus dunas de arena, concentración de choyas y palmas nativas californianas. Y por otro, el desierto Mojave, famoso por sus climas extremos, bloques de piedra e izotes que dan nombre al parque. Para recorrer los atractivos principales de Joshua Tree no se necesita sino un día y un coche. Pero eso, dicen los guardaparques, es el mensaje superficial que buscan quienes persiguen la foto gastada de Instagram. La fachada fotogénica del parque, acompañada de miradores de fácil acceso, esconde senderos de montaña, riachuelos estacionales y piedras que conducen al cielo.

Con el equipo y la condición fí- sica adecuados, Joshua Tree es una suerte de paraíso inagotable para ciclistas y escaladores. Sin ellos, el encanto es cuestión de paciencia. Cuando el sol anuncia su partida, el desierto celebra el respiro templado con un espectáculo de colores imposibles. Y es entonces, cuando el cielo se pinta de verde y los árboles se transforman en sombras caprichosas, que la naturaleza le recuerda a los angelinos que sus efectos especiales son solo un buen intento.

La magia del cine

El pueblo, ridículamente pequeño y ridículamente obstinado, lleva por nombre Pioneertown. El número de habitantes, si nadie ha muerto en los últimos meses, debe rondar los 438. Una calle principal sin pavimento ni señales concentra los comercios del lugar: una cantina de puertas abatibles, un taller de cerámica, un boliche legendario y una tienda que vende lo mismo chocolates que aspirinas. Solo faltan, en la escena, un estepicursor seco de esos que ruedan en el desierto para anunciar la proximidad de un evento importante. Seguido, si no es mucho pedir, de un duelo de pistolas con final fatídico.

Recorrer Pioneertown es, inevitablemente, una experiencia cinematográfica. Sus habitantes usan sombrero por costumbre y sus caballos no tienen idea de qué hacer frente a una cámara, pero de todas formas, la calle principal se antoja como una caricatura. Pese al silencio tangible, el pueblo está condenado a la compañía imaginaria de la banda sonora de El bueno, el malo y el feo. Y nada es, en absoluto, una casualidad. Aunque las condiciones sugieren como atinada la presencia de un pueblo pionero de finales del siglo XIX, este lugar es una ilusión fílmica.

Pioneertown nació en la década de 1940 como un set cinematográfico. El éxito de los western devino en la idea de establecer un pueblo de verdad junto al pueblo de mentiras. Y durante un par de décadas, el negocio funcionó. Actores como Roy Rogers y Gene Autry desfilaron por las calles del pueblo donde, por temporadas, vivieron y trabajaron. Después, los directores se cansaron de la monotonía del mismo Viejo Oeste. La farándula desapareció, dejando a su paso una población incapaz de distinguir entre ficción y realidad. Molinos de viento, carretas quebradas y bloques de paja apilada conviven en una cotidianidad donde la utilería tiene fines prácticos y los simulacros son reales. Quizás, más reales que las tiendas de a dólar y la promesa de comida auténticamente mexicana de los pueblos vecinos. Por eso, Pioneertown es famoso y hasta cierto punto respetado. Amantes de la música y viajeros que no se conforman con un día para visitar Joshua Tree, reservan con meses de anticipación una habitación en el único motel y el único restaurante del pueblo. El primero, pese a su nombre desatinado, por ser la opción de alojamiento más lujosa cerca del parque. Y el segundo, un cuchitril que sirve asados y alitas de pollo, porque cada tanto sorprende a los comensales con la presencia en vivo de artistas como Paul McCartney, Eric Burdon y Vampire Weekend. ¡Ridículo! … pero cierto.

Arte desértico

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En la aridez de los desiertos californianos, solamente una mancha urbana destaca entre aldeas perdidas y pueblos no incorporados. Se trata del valle de Coachella, un lugar que asociamos con campos de golf inconscientes, festivales de música desproporcionados y hoteles lujosos que añoran el vanguardismo. Palm Springs, junto con sus ciudades vecinas, es sinónimo de diseño, arte y lujo. Pero no siempre fue así. De hecho, la ciudad se formó durante la primera mitad del siglo XX a causa de razones casi antagónicas al turismo. La elevación, apenas diferenciada del nivel del mar, y el clima particular, protagonizado por calor seco, hicieron del valle un hospicio con costos de operación fáciles de manejar. En sus inicios, la ciudad vio a los retirados con cuentas de banco flacas y a los enfermos con problemas respiratorios como sus habitantes honorarios. Después, con la promesa de compartimentación, se presentaron los artistas de Hollywood atados a contratos que les impedían viajar lejos de Los Ángeles. Con ellos llegó también la discreción anhelada por las parejas homosexuales que ahora forman una tercera parte de la población local.

Hoy, la edad media poblacional y los antros que tocan Madonna como una suerte de himno comunitario, son testigos de ese pasado no tan lejano. Sin embargo, de la condición de hospicio queda bien poco. Palm Springs se convirtió en un refugio ya no para los desahuciados, sino para la arquitectura modernista, la música indie y el arte en todas sus formas.

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El círculo de tierra y cielo, obra de Phillip K Smith III en la ciudad de Palm Desert.

Cuando se trata de lucirse dentro del círculo artístico, el valle está acostumbrado a los elogios y los aplausos. Entre los eventos anuales que Palm Springs presume con orgullo se cuentan la semana anual del modernismo, los festivales internacionales de cine y cortometrajes, y la edición desértica del Comic Con.

También hay que incluir el festival de música y arte de Coachella, el responsable absoluto de que la generación millennial ubique a la ciudad de Indio en un mapa. Desert X, la más nueva de las promesas artísticas del desierto, es menos conocida. La bienal, nacida este año, reunió a dieciséis artistas con la idea de trabajar con el entorno para presentar una muestra de arte efímera. A diferencia del resto de los eventos, este situó al desierto no como el fondo de la exposición, sino como uno de sus protagonistas. Espectaculares carreteros que se funden con el paisaje, líneas zigzagueantes que ponen en jaque la tridimensionalidad y robots robados que intentan sobrevivir a la intemperie, protagonizaron dos meses de arte desértico. Ahora, dicen, habrá que esperar hasta 2019 para volver a ver al mundo del arte coquetear con el desierto. Aunque quizás eso es mentira. También dijeron que todas las instalaciones se irían en abril y la casa de espejos de Doug Atkin, parece, está demasiado contenta como para irse.

Guía del desierto de California

Cómo llegar

Palm Springs cuenta con aeropuerto internacional. Sin embargo, no recibe vuelos desde México. El Aeropuerto Internacional de Los Ángeles se encuentra a 200 kilómetros de Palm Springs y a 230 kilómetros del Parque Nacional Joshua Tree. Una docena de aerolíneas conecta a las principales ciudades mexicanas con Los Ángeles con vuelos directos. Otra opción, con distancias similares, es el Aeropuerto Internacional de San Diego.

Dónde dormir

Pioneertown Motel

Ubicado a 19 kilómetros de Joshua Tree, este hotel se presenta como la opción más lujosa para dormir en las afueras del Parque Nacional. Fue remodelado por completo en 2014, con la idea de combinar lujo y comodidad con el encanto rústico del desierto. Además de presumir su vínculo histórico con Hollywood, este hotel está rodeado de reservas naturales, diners instalados en el pasado y antiguas locaciones de película.

D. 5240 Curtis Road Pioneertown, California
T. 1 760 365 7001
pioneertown-motel.com

The Monkey Tree Hotel

Este hotel boutique, en el corazón de Palm Springs, es un reflejo de la esencia de la ciudad. Diseño modernista, jardín para empaparse de sol y albercas con flamencos flotantes conviven en esta propiedad operada por una pareja de forma independiente. Cuenta con 16 habitaciones, spa escandinavo y desayuno casero.

D. 2388 East Racquet Club Road Palm Springs, California
T. 1 760 322 6059
themonkeytreehotel.com

Dónde comer

Pappy & Harriet’s

Este restaurante, en el corazón de Pioneertown, es una leyenda. El menú, basado en una cocina bbq sin pretensiones, le sacó más de una sonrisa a Anthony Bourdain. Y el escenario, casi tan épico como el sándwich de pulled pork, ha visto desfilar a músicos de la talla de los Arctic Monkeys, Feist y Rufus Wainwright. Abierto de jueves a lunes para comida y cena.

D. 53688 Pioneertown Road Pioneertown, California
T. 1 760 365 5956
pappyandharriets.com

The Barn Kitchen

Más que un restaurante, esta recomendación es una experiencia culinaria que combina los ingredientes locales del valle de Coachella con el espíritu comunitario. Las noches de miércoles y sábados, en horarios fijos, el chef Gabe Woo convierte el patio central de Sparrows Lodge en una mesa comunal para una veintena de comensales. El menú, que no permite cambios, varía para cada cena. Reservación indispensable.

D. 1330 East Palm Canyon Drive Palm Springs, California
T. 1 760 327 2300
sparrowslodge.com

Reservoir

Este restaurante, en el hotel Arrive, no está peleado con la idea de servir desayuno, comida, tragos, cena y brunch. El menú, que incluye también platillos vegetarianos, veganos y libres de gluten, ofrece quesadillas de chicharrón de queso con champiñones al guajillo, tacos de coliflor al carbón y ensalada de arúgula con jícama y vinagreta de miel a la trufa. El local vecino, Ice Cream & Shop(pe), ofrece helado artesanal de sabores como dátil, lavanda y jengibre rosado.

D. 1551 North Palm Canyon Drive Palm Springs, California
T. 1 760 507 1640
reservoirpalmsprings.com

Qué ver

Joshua Tree National Park
nps.gov/jotr

Desert X
desertx.org


Texto y fotos por: MARCK GUTT

Es vegetariano, procurador apasionado de la buena ortografía y viajero. Aunque sus papás le dijeron de chiquito que no era buena idea, también es conversador con extraños. Cuando sea grande quiere ser políglota y autosustentable, de los que crecen naranjas en su propio huerto, mientras colabora como fotógrafo y articulista en National Geographic Traveler y Esquire, entre otras.

Instagram: @gbmarck