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“ON THE ROAD TO MANDALAY”

PALPITANTES AVENTURAS EN BIRMANIA A LA MANERA DE KIPLING

Al momento de pisar el suelo de Myanmar, mi alma vibraba, mis ojos se estremecían y sentía los vientos de una experiencia única. Una aventura repleta de espiritualismo budista empezaba, penetraba el mundo preservado durante tantos años por el régimen militar déspota. La presencia de Aung San Suu Kyi (Premio Nobel de la Paz 1991) guiaba mis pasos para investigar ese Amarapura (Tierra de la inmortalidad) o Yadanarbon (Tierra de las gemas), esa Birmania conocida como Suvababhoni, la Tierra dorada.

Yangon

Yangon me recibió con su manera caótica, un tráfico intenso que observa sin terror hombres con longy (falda tradicional), mujeres con thanakha (polvo de raíz embarrado en los cachetes y frente) y abuelitas mascando betel que les llena la boca de un jugo rojo-sangre. “This is Burma and it is unlike any land you know about” decía Rudyard Kipling (Letters from the East, 1898). Yangon es surrealista y tradicional, un mundo aparte que magnetiza. Me instalé en el maravilloso hotel The Governor’s Residence de Belmond, una romántica mansión estilo colonial de 1920, antigua residencia del regidor del sur de Myanmar en tiempos del protectorado británico. La frescura de sus muebles de teca, sus exuberantes jardines con estanques de lotos, sus terrazas me hacían revivir una época olvidada. Justo enfrente se abría el infernal tráfico que debía atravesar para alcanzara la pagoda Shwegadon.

Dejé mis zapatos, subí las escaleras techadas y entré a la explanada sagrada coronada por la gran estupa de 100 m de altura, cubierta con placas de oro, rodeada por templos en su mayoría dorados y con techos encalados. De su punta cuelgan las más bellas joyas y piedras preciosas y la corona lleva 5 448 diamantes con 2 317 rubíes, ofrendas de los fieles al sagrado monumento que contiene reliquias de Buda como un trozo de tela y ocho hilos de pelo de Siddharta Gautama. La leyenda dice que tiene 2 500 años de antigüedad y se construyó cuando dos hermanos trajeron y entregaron estas reliquias. Me dejé llevar por el flujo de la gente, observando sus rezos, sus ofrendas, inclinándome frente a diferentes Budas, observando la gran campana, sumergido en ese misticismo que emanaba. Su majestuosidad vibra por su resplandor y rezos, el hombre ha logrado edificar uno de los lugares más santos del planeta que nos absorbe con su magnetismo. Aturdido por tanta belleza que llena el alma, visité la pagoda Chaukhtatgyi con su enorme Buda reclinado de 65 m de largo y 30 m de alto; un lugar que palpita con los pasos de los monjes.

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Kyaiktiyo, el Golden Rock

La lluvia se escurría de las nubes con fuerza y alcanzamos el pueblo de Kinpun donde nos subimos a unos camiones sin techo para visitar el monte Kyaiktiyo. La neblina nos abrazaba; caminé junto con los peregrinos hasta llegar a la entrada guardada por dos inmensos leones, seguí descalzo sobre el piso resbaloso. Dentro de la nube apareció, mágica, mística, como si la mirada de Buda la estuviera deteniendo suspendida en el aire, esa roca cubierta de oro, coronada por una estupa de 7 m, al borde del precipicio. Tiene una superficie de contacto muy reducida y la leyenda cuenta que en realidad está sostenida por un mechón de Buda. Ha desafiado la gravedad durante miles de años y es uno de los tres lugares de peregrinación más sagrados de Myanmar. La lluvia dejó de inundar la nube que nos envolvía, la roca parecía flotar, insólita, la gente se arrodillaba, rezaba. Me estremecí, sentía la piel vibrar y el corazón pacificado. Absorbido en el misticismo, abandoné la roca para mojarme en el camión de regreso.

Lago Inle

El avión despegó a pesar de la pista inundada y cuando aterrizamos en Heho el cielo se abrió. El embarcadero del lago Inle zumbaba con las lanchas de motor que han invadido ese lugar paradisiaco. Subido en una, exploré el lago que ha perdido su misticismo con tanto ruido. Los pescadores siguen usando sus lanchas donde mueven los remos con los pies, cargando sus redes cónicas, creando islas flotantes para sembrar sus verduras. Los templos, monasterios y estupas surgen en las islas, las casas se alzan sobre pilares clavados en el lago poco profundo (de 2 a 4 m). Allí observamos la vida de los intha que pueblan esa región, paseamos entre islas hasta llegar a la pagoda Phaung Daw Oo, alto lugar de peregrinación donde se encuentran las cinco sagradas figuras de Buda, cubiertas por tantas hojas de oro que parecen bolas doradas. Los fieles crean el ambiente, la magia estalla. En la fábrica de tejidos en el pueblo de Inpawkhone descubrí que del tallo del loto sacan fibras parecidas a la seda y hacen unos tejidos inusitados. Visitamos la fábrica de puros locales, la de barcos y el pueblo de Kaylar con sus islas flotantes donde siembran los mejores jitomates, las mujeres jirafa que atraen a los turistas en una tienda de artesanía, el tradicional monasterio Ngaphae Chaung con hermosos Budas, que fue famoso por sus gatos saltadores. La tarde se alargaba al ritmo de las pesadas nubes negras, nuestra lancha se infiltró en unos pequeños canales hasta descubrir el maravilloso hotel Pristine Lotus donde las habitaciones parecen una barca a punto de navegar en el lago y las villas más elegantes se encuentran dentro de un jardín encantado con cascadas y arroyos. El hotel es un espejismo que flota sobre el lago.

Bagan

El camino fue largo, recorrimos las montañas pasando por Kalau, tranquila hill station de la colonia, donde había visitado unas etnias en un viaje anterior. Pasamos por pueblos y planicies antes de llegar al monte Popa, un pitón volcánico encima del cual vibran los templos. Aquí habitan los nats, ángeles birmanos protectores agregados al budismo local. Ese sorprendente pico anima su pie con un caos de templos coloridos, coches, gente que sube los 777 escalones y pintorescos monos listos para robar a cualquier distraido. Visitamos un colector de toddy palm, sacando de las palmas una bebida alcohólica o dulce de azúcar. Alcanzamos Bagan, la llanura de las más de 2 000 pagodas y templos que se alzan a la orilla del río Ayeyarwady, un mundo mágico donde el espiritualismo vibra en las puntas de los monumentos. El Bagan Lodge es un hermoso refugio donde los búngalos se reflejan en la gran piscina y se respira el aire de la grandeza de Bagan. Fue capital desde el siglo IX hasta el XIII y, además del palacio real y de las viviendas, contaba con 10 000 pagodas, templos y monasterios donde cohabitaba el budismo theravada con el mahayana, el tantric y la escuela hinduista. Ese imperio colapsó por las invasiones mongolas y en 1297 dejó de ser capital, siendo actualmente un centro de peregrinación.

Abordamos el lujoso barco Road to Mandalay de Belmond, donde nos instalamos en la amplia cabina que se volvió nuestro hogar por cuatro noches. Nos familiarizamos con sus salones, bar, restaurante donde degustamos la mejor cocina oriental, disfrutamos de su piscina y deck abierto para observar el paisaje. Me sentía un lord inglés en tiempo de la colonia gozando la aventura y el paisaje. En cada excursión, un guía nos explicaba los monumentos y cada noche teníamos un show típico. Era un sueño donde incurría en el lujo, el bienestar del alma y el placer de viajar en el tiempo con elegancia. Después de degustar nuestra comida, visitamos la grandiosa pagoda Ananda con su elegante arquitectura, sus inmensos Budas dorados o pintados, y sus soberbios frescos. Visitamos un pueblo tradicional y la fábrica de laca de Bagan que destaca por su finura, sus bandejas u ollas ricamente decoradas y sus cuencos hechos de bambú y pelo de caballo. Terminamos el día subidos en una estupa para disfrutar una fabulosa puesta de sol que destacaba las siluetas de los monumentos con la luz roja detrás que alumbraba la planicie llena de pagodas. La magia surgía, el río era un largo espejo, el aire sostenía a los nats, Buda nos observaba.

Al siguiente día visitamos la pagoda Shwezigon con su estupa cubierta de oro y rodeada por templos y capillas, adornada por leones, figuras de Buda, candelabros, ofrendas, pequeñas ceremonias. El hechizo alumbraba ese monumento sagrado con un resplandor debido al sol que se reflejaba en su oro. Pasamos por la pagoda Htilominlo, dimos un paseo en carreta y visitamos el mercado local antes de embarcar.

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On the road to Mandalay

El barco zarpó mientras degustamos la cocina refinada, desde el deck observamos el larguísimo puente y el paisaje con los templos que se alzaban a la orilla del río, donde los pescadores animaban el agua. Después de un atardecer rojo, el barco se ancló en medio del agua, el coctel y la cena gourmet animaron la noche y soltaron un centenar de velas flotantes río arriba que luego pasaron a cada lado del barco, creando un asombroso efecto. La luna salió como una aureola que alumbra alrededor de la cabeza de Buda en los templos.

Zarpamos temprano para pasar la colina de Sagaing adornada por pagodas y templos, parecía un belén. Navegamos a lo largo de Mandalay y nos anclamos frente a la gran pagoda deteriorada por terremotos en Mingum, construida por el rey Bodawpaya en 1790, que curiosamente nunca fue terminada porque un astrónomo predijo que al ser completada, moriría el rey. Desembarcamos y unos taxi-carreta ofrecían sus servicios. Dos inmensos leones sin cabeza guardaban la entrada y la pagoda imponía su pasado tormentoso. A su lado se encuentra la campana sonante más grande del mundo (90 toneladas). Pasando por el pueblo, observamos las costumbres de la gente, descubrimos la magnífica pagoda blanca Hsinbyume que representa el mítico monte Meru, construida en 1816 y dedicada a la princesa del elefante blanco. El atardecer alumbraba la planicie, una quietud invadía el río, el barco se adormecía mientras la cena se disfrutaba acompañada con un show.

Mandalay y Sagaing

Al amanecer, la pagoda estaba alumbrada por el sol saliente, ofreciendo colores ocres. Tocamos Mandalay, la última capital real. Empezamos por Kuthodaw pagoda, brillando por su oro y rodeada por 729 estelas donde se grabaron las escrituras budistas, creando con ellas el libro más grande del mundo. Una señora vendía flores de loto o nenúfar para llevar como ofrendas a Buda. Pasamos el recinto del antiguo Palacio Real con su muralla rodeada por un foso de agua, pero el gran palacio fue destruido por los ingleses y por la invasión japonesa. Lo único que queda es el monasterio Shwenandaw, un hermoso edificio de madera labrada, relocalizado afuera, con una infinidad de esculturas, paneles y plafones labrados. Visitamos un taller donde producen hojas de oro, los hombres martillan el oro hasta volverlo una hoja tan ligera que vuela. En la sagrada pagoda Maha Muni, el misticismo asalta la mente al entrar y la gente se prosterna frente a la grandiosa estatua que fue cavada en tiempos de Gautama Buda, y que él mismo abrazó siete veces. Las vibraciones de los rezos, el oro que cubre la figura, las ondas de los peregrinos, hacen que se sienta que la imagen de cuatro metros de alto está viva. Me acerqué como todos los hombres a pegarle mis hojas de oro a su cuerpo, su cara, que se lava cada mañana en un mítico ritual, y sin exagerar, mis vidas anteriores me pasaban ante los ojos como un flashback, me transportaba sobre olas espirituales. Pasamos el puente a Sagaing, antigua capital de 1315 a 1364, y en 1760, con sus colinas adornadas de monasterios. Famosa por sus plateros que diseñan unos trabajos delicados, Sagaing invita a descubrir los monasterios de monjas, y la pagoda Soon U Ponya Shin con su inmenso Buda y una vista espectacular sobre el río Ayeyarwady y la colina sagrada de Mandalay. Terminamos nuestro día llegando al lago Taungthaman, donde el staff del barco nos esperaba con una copa de champaña para subirnos en una lanchita y observar la puesta del sol sobre ese soberbio puente de teca, U Bein, de 1.2 km de largo, construido en 1850. Considerado como el más largo del mundo, cuenta con 1 086 pilares y desde la lancha tenía una vista espectacular del cielo rojo con la estructura del puente y las sombras de la gente. Visión surrealista, era un juego de luz y sombra frente a un cielo que ardía.

Por último, una maravillosa cena de gala, el viaje se esfumaba, solo quedaba el recuerdo de esos cuatro días en el “Road to Mandalay”, donde me sentí el rey de Birmania o Kipling describiendo los monumentos. El Road to Mandalay había sido mi navío, el lago Inle fue mi espejo para atravesar el tiempo, los miles de Budas que había admirado y el Golden Rock fueron mi entrada personal al nirvana. Myanmar es la tierra que brilla por sus pagodas doradas que alumbran los horizontes, es el misticismo que invade el alma.

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CÓMO LLEGAR: Hay vuelos desde Los Ángeles a Bangkok con Korean Air, y desde Bangkok con Bangkok Airways o Air Asia.

Cuándo ir: La mejor temporada es de octubre a abril para evitar las lluvias. De junio a septiembre se pueden sufrir los estragos del monzón y frecuentemente hay inundaciones.

[toggle Title=”Dónde dormir”]

Belmond Governor’s Residence

D. 35 Taw Win Road, Dagon Towship, Yangon

T. 1 800 524420

 www.belmond.com

Barco “Road to Mandalay”

T. 1 800 524420

www.belmond.com

Pristine Lotus Spa Resort

D. Khaung Daing Village, Nyaung Shwe, lago Inle

T. +95 81 209317, +95 9 5197770,

www.pristinelotus.com

Bagan Lodge

D. Myat Lay road, New Bagan, Nyaung Oo Township

T. +95 (0) 6165456/57

www.bagan-lodge.com

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[toggle Title=”Dónde comer “]

Green Gallery

D. 58, 52nd street, Lower Block, Yangon

T. +95 (09)31315131

Le Planteur

D. 22 Kaba Aye Pagoda, Yangon

T. +95 (09) 541997

Shan Yoe Yar

D. 169 War Tan street, Lanmadaw township, Yangon

T. +95 1221524

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[toggle Title=”Qué comprar “]

La laca de Bagan es de lo más destacado, así como los tejidos de seda, fibra de tallo de loto o algodón. Los objetos de plata en Sagaing, hoja de oro en Mandalay y figuras de madera o piedra.

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