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Que en paz descansen

“Comamos y bebamos, que mañana moriremos” – Epicuro

Acompañada de flores de cempasúchil, ropas rasgadas o el festejo de un poeta, la muerte nos revela lo que entendemos por vida. Entre epitafios y piedras se devela el retrato más vivo de quienes somos y recorrer cementerios, tanto los esenciales para las guías de viaje como los que ni siquiera aparecen en el mapa, es el mejor recordatorio de que estamos vivos. A fin de cuentas la muerte está en todos lados, solo que en algunos es más evidente.

Un favorcito, mi reina

Cementerio Saint Louis 1,

Nueva Orleans, Estados Unidos

En las calles de Nueva Orleans el jazz convive con el alcohol en una decadencia para la que no hay palabras. Las vitrinas del afamado French Quarter presumen una colección de esotéricos souvenirs que incluye llaveros de saxofones, especias picantes cajún, cabezas de cocodrilo y collares de cuentitas que, llegado el Mardi Gras, serán intercambiados por un semidesnudo. También se puede encontrar, materializada en muñecos y rituales de vudú, la promesa de un problema resuelto. Quizás esta práctica, cuando se encuentra anunciada entre la oferta de tres salsas Tabasco por el precio de dos, se convierte en la prueba de que nada escapa a la lógica comercial estadounidense; pero eso no le quita su rol protagónico en la identidad de Nueva Orleans. El vudú es tan importante en la cultura e historia de esta ciudad que, antes de visitar sus museos o parques, se recomienda tomar el tranvía 47 con dirección a los cementerios.

Para sorpresa de muchos no hay grandes jardines o impactantes mausoleos. Los tan visitados cementerios de Nueva Orleans son un par de cuadras de cemento, con muchas de sus tumbas al borde del colapso y un paisaje entorpecido por el puente de la carretera que pasa a unos metros. Llama la atención que las tumbas se encuentran sobre el suelo y no debajo de él, pero esto no hace al cementerio hermoso, solo consciente de su ubicación en una zona de inundaciones. Nadie quiere ver a los muertos levantarse, al menos no así. Entonces, ¿por qué la visita obligada?, ¿qué tienen estos muertos que no tienen otros? La respuesta es: buena compañía. Una de estas tumbas es la de Marie Laveau, conocida como la reina del vudú. Miles de locales y visitas se dan una vuelta al cementerio Saint Louis 1 para pedirle un favorcito a Marie. Según la tradición, las peticiones se pagan con una ofrenda. Según un rumor muy esparcido, se complementan pintando una letra X en algún lugar de la tumba o dando tres golpes a la misma. Y a juzgar por el número de ofrendas y equis, Marie tiene muchos seguidores. Ahora bien, que si se conceden las peticiones, quién sabe… Si ni siquiera se conoce, con certeza, cuándo murió y dónde está enterrada la reina del vudú.

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Polvo eres

Cementerio de San Juan Chamula,

Chiapas, México

Lo primero que se ve al llegar a San Juan Chamula por carretera es la fachada de la antigua iglesia, ahora en desuso, y el humilde cementerio del pueblo. Y si bien la escena, aún cubierta por la niebla matutina, no es tan impactante como aquella que se ve al interior de la iglesia actual, también es un sitio donde convive el peculiar sincretismo de las culturas prehispánica y católica. En este cementerio ninguna tumba tiene lápida, son solo montículos que la hierba cubre eventualmente, identificados con una cruz, cuyo color va de acuerdo con la edad al momento de morir. Algunos aseguran que se trata de la cruz maya y que algunas de las personas enterradas ahí vivieron antes de la llegada de los españoles a México.

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En sus piedras, listos, fuera

Cementerio Judío del Monte de los Olivos, Jerusalén, Israel

Este es, de los cementerios que aún continúan en uso, uno de los más antiguos de los que se tenga registro. Se encuentra en la cima del Monte de los Olivos, una de las cumbres que custodia a la Ciudad Vieja de Jerusalén, y es el cementerio judío más emblemático del mundo. En sus suelos descansan personajes que fueron testigos, en su conjunto, de más de tres mil años de historia de la ciudad, desde la época bíblica y hasta la actualidad. Aquí Nahmánides, uno de los rabinos sefaradíes más reconocidos en el judaísmo, Eliezer Ben Yehuda, el padre del idioma hebreo moderno, y Menajem Beguin, primer ministro israelí entre 1977 y 1983, son vecinos, a pesar de haber muerto en 1270, 1922 y 1992, respectivamente. Eso sí, no a cualquiera se le entierra en este cementerio. Los lugares están reservados para unos cuantos privilegiados que gozarán, según la creencia judía, de ser los primeros en presenciar la llegada del mesías, y con ella, la resurrección.

Como el resto de Jerusalén, este cementerio es monocromático y protagonizado por piedras; las de las tumbas, las de los muros que rodean el cementerio y las que la gente, en señal de remembranza, deja sobre las matzevot, como se conoce tradicionalmente a las lápidas judías. Extrañamente, aunque no está prohibido, no se ven flores en un cementerio judío y este no es la excepción. En su lugar, las lápidas suelen estar acompañadas por más piedras. ¿Por qué? Tampoco existe un consenso, pero las explicaciones suelen tocar varios puntos: que las piedras no son efímeras como el alma, mientras que las flores y el cuerpo, sí; o que todos deben ser enterrados en las mismas condiciones, sin diferencia de clases, y las flores podrían marcar una distinción. Como sea, el Cementerio Judío del Monte de los Olivos suele ser el punto de partida de muchos viajes en Jerusalén, quizás por su valor histórico o quizás porque desde él se tiene una vista inmejorable de la Ciudad Vieja. No está de más, en cualquier caso, despedirse de este sitio con una máxima del judaísmo: ¡qué la próxima que nos veamos sea en fiestas!

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No llores por mí

Cementerio de la Recoleta,

Buenos Aires, Argentina

El barrio de la Recoleta ha sido históricamente el hogar de los porteños de abolengo. La burguesía de Buenos Aires se da cita en sus teatros, cafés, librerías y edificios que recuerdan los mejores años de una ciudad europea, mientras que sus muertos lo hacen en el cementerio homónimo, que no desentona en absoluto con la exuberancia de sus vecinos de cuadra. Es más, posiblemente no exista mayor muestra de opulencia en la ciudad que este cementerio, en donde están enterrados los grandes personajes argentinos de los últimos siglos. Cada mausoleo se presenta más ostentoso, elegante e imponente que el anterior. Algunos albergan a familias completas; otros, a parejas o grupos con cierto parentesco amistoso y unos más, a una sola persona.

El terreno que ocupan hoy los mausoleos fue parte de los jardines del convento de la Orden de los Recoletos, cuya disolución en Buenos Aires, a principios del siglo XIX, marcó el inicio de la construcción del cementerio. Entre los nombres que figuran en los epitafios y mausoleos destacan pintores, ganadores de Premio Nobel, próceres independentistas argentinos y políticos; la mayoría recordados a menudo por sus familiares y desconocidos que, en aras de sus hazañas históricas, les rinden homenajes póstumos. De hecho, gran parte de los apellidos que dan nombre a las calles porteñas —Lavalle, Dorrego, Quiroga, Mitre, Avellaneda y Sarmiento, por mencionar algunos— aquí se encuentran a solo pasos de distancia. Actualmente, cerca de un centenar de las tumbas son consideradas como monumentos históricos y patrimonio cultural de Argentina, aunque claramente ninguna es tan procurada y enaltecida como la de la familia Duarte. ¿Por qué? No suele ser recordada a menudo con todas sus letras, pero quizás el nombre María Eva Duarte de Perón sirve como pista. Miles de visitas a diario llegan al cementerio con el único propósito de ver la tumba de Evita Perón, quien nos recuerda con una frase inscrita en su epitafio, que la canción de su musical no es del todo un producto teatral. “No me llores perdida ni lejana, yo soy parte esencial de tu existencia…”.

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Y los muertos aquí lo pasamos muy bien

Cementerio de Chichicastenango, Guatemala

A poco más de cien kilómetros de La Antigua se encuentra el pintoresco Chichicastenango, al que ningún local se atrevería a llamar por su nombre completo. Chichi es un pueblo que ha ganado fama entre los turistas, sobre todo por su mercado artesanal, un monstruoso tianguis que se pone dos veces por semana y presume el título del mercado más grande de Centroamérica. En él se encuentra prácticamente de todo: máscaras de madera, tortillas de maíz azul, velas de colores, cinturones con tejidos artesanales, huipiles, caminos de mesa, especias y varias cosas más que permiten una lista sin fin. Pero no es necesario visitar Chichi en jueves o domingo, los días de mercado, para probar una muestra de su folclor. Es más, cualquier otro día, cuando las calles están casi desiertas y no hay miles de personas haciendo su lucha para cruzar una cuadra entre puestos rodantes, es ideal para visitar su cementerio. Al fin que los muertos no van a ningún lado, parece.

Si Nacho Cano no visitó este sitio cuando escribió la canción No es serio este cementerio, entonces no queda más que asumir que el cementerio lo visitó a él en sus sueños. En la necrópolis de Chichi hay flores de colores, tumbas de color rosa, panteones familiares, gente de abolengo y con suerte… si los muertos la pasan bien y salen a dar una vuelta, lo hacen sin pasar de la puerta. Lo que hace tan especial al cementerio de Chichi, ubicado en la cima de un barranco al oeste del pueblo, es su colorido, producto del sincretismo maya-católico. Cada una de las tumbas, sin importar si se trata de un enorme mausoleo o de una humilde lápida, está pintada con un color diferente, todos muy alegres. Esta tradición, herencia de la cultura maya, vincula el color de la tumba con el rol del difunto en su familia: las madres se representan con color turquesa; las abuelas, con amarillo y los niños y niñas, con azul y rosa respectivamente. Eso sí, todas están acompañadas de —al menos— una cruz. Aunque en apariencia los ritos de la muerte mayas y católicos son excluyentes, en Chichicastenango conviven sin el menor de los problemas.

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No vacancy

Cementerios de Happy Valley, Hong Kong, China

Hong Kong tiene un problema enorme: quiere crecer y no puede. La isla y la península que conforman esta peculiar región autónoma de China cuentan con espacio muy limitado. Y mientras que la solución para los vivos ha sido crecer hacia arriba con la construcción de rascacielos, la solución para los muertos permanece como todo un enigma. Así, los cementerios de quienes aún se pueden dar el lujo de comprar tierra para cuando ya no estén, no dejan de ser imponentes terrenos capaces de demostrar que “todo cabe en un jarrito, sabiéndolo acomodar”. Y para colmo de la ironía, el valle hongkonés donde se concentra la mayor parte de los cementerios lleva por nombre Happy Valley.