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ANGÉLIQUE KIDJO

Angélique Kidjo, se ha dado a conocer tanto por su trayectoria musical –ya ha ganado en dos ocasiones el premio Grammy–, como por su activismo y su influencia social. Esta artista de Benín, África, ha logrado crear conciencia sobre el grave problema de la falta de educación en las mujeres. Bajo su liderazgo, se han creado una serie de proyectos que impulsan iniciativas para contrarrestar esta problemática en África. Con pasión y dureza en sus palabras, al grado de enchinarnos la piel, nos cuenta un poco de su vida, de los proyectos que ha llevado a cabo y los que están por venir. Aquí les dejamos una entrevista de esta mujer a quien se le debe el haber logrado cambiar las vidas de cientos de mujeres y niñas. ¿Cuál es tu primera experiencia en relación a la música? No sé. Creo que mi padre sería el indicado para contestar esa pregunta, pero ya no está con nosotros. De lo que me puedo acordare es de que empecé a cantar antes de que incluso comenzara a hablar. Cuando mi madre estaba embarazada de mí, estaba desesperada por tener otra hija –para ese momento yo ya tenía siete hermanos y dos hermanas–, pero ella quería una hija más. Mis tías le dijeron que me cantara hasta que naciera, y así iba a tener una niña que, además, cantaría. Así, empecé a cantar desde una edad muy temprana. Mi primer recuerdo de cantar, de una forma más tradicional sobre un escenario, es de cuando tenía 6 años con una canción que se llama El sonido del ritmo. ANGÉLIQUE KIDJO - angeliguekidjo_hotbook-1024x645 Después de eso, ¿qué edad tenías y cómo decidiste convertir tu pasión por el canto y la música en una carrera profesional? De toda la vida, de haber cantado; además, mi padre tocaba el banjo, mi madre cantaba en el teatro y mis hermanos tuvieron una banda musical en los 60. Por ellos pude, por primera vez, ver cómo se veía y sonaba una guitarra, un bajo, una batería, un teclado o un amplificador. En ese punto, pude conocer todos los instrumentos clásicos y era normal, para mí, cantar y hacer música: escuché música de todas partes del mundo. Mi conciencia, sin embargo, puedo decir que empezó a los nueve años. Vi cómo mi hermano escuchaba un álbum de Jimmy Hendrix y él, que nunca había tenido pelo, quería usar un afro para parecerse a él. Decía que para poder tocar bien la guitarra necesitaba ese afro, me decía: “Quiero ser como él. Quiero cantar como él”. Le dije que había estado escuchando su música y que me sonaba africana, “¿Es africano?” le pregunté. “No,” me contestó, “es Afroamericano”. Le dije, “No soy tonta. No puedes ser africano y americano al mismo tiempo”. Después de eso, mi hermano me mandó a preguntarle a mi abuela sobre el tema. Fui a hablar con ella y me contó por primera vez toda la historia de la esclavitud; sin embargo, yo no le creí porque mis padres me habían dicho siempre que solo hay una familia humana, un solo ecosistema y un solo mundo del cual todos éramos parte. Cuando tenía 15 años, no teníamos televisión, así que pusimos una antena en el techo de nuestra casa y nos robábamos la señal de la Televisión Nigeriana. Un día, Nelson Mandela estaba en la televisión y empezó a hablar del apartheid en Sudáfrica. Yo me acuerdo que estaba en la sala de mi casa y volteé a ver a mi padre y le dije, “¿Cómo te atreviste a mentirme? Si sola­mente hay una raza humana y un planeta, ¿cómo pueden la per­sonas tratarse así?” Me fui a mi cuarto y escribí una canción –mi primera canción– The Day Will Come, y mi primer borrador es­taba lleno de odio y violencia. Mi padre me dijo: “En mi casa, no. Como artista, no puedes alabar el odio, no puedes guardar las llaves para cerrar las puertas. Tienes que construir los puentes nece­sarios entre la gente para que esta entienda que el dolor en uno, es el dolor de todos.” Regresé a mi bo­rrador y reescribí la canción para convertirla en un himno de paz.   En ese punto, algo pasó en mi cabeza: me di cuenta de que me convertiría en una abogado de de­rechos humanos o en una doctora; me gustaba encontrar soluciones y curar a la gente. Por ello, empecé la carrera de leyes, pero tras un se­mestre, me di cuenta de que la ley no sirve a la justicia, de que puedes crear una ley o la puedes manipu­lar para poner a gente inocente en la cárcel. La ley tiene mucho que ver con el poder. Para mí, si la ley no puede ayudar a un abogado a defender a gente inocente, no hay nada más que hacerle. Incluso, si estás defendiendo a un criminal, la ley tiene que ser lo suficiente­mente justa para que dicho crimi­nal tenga un juicio justo. Si te fijas en las cosas que están pasando en el mundo, la gente rica siempre tiene el dinero para escaparse de los crímenes que han cometido. Yo decidí que no podría vivir con la conciencia de defender a alguien que es inocente y terminar en la cárcel por causa de alguien con di­nero que pudo manipular el juicio. En ese momento, me di cuenta de que quería dedicarme a la música. Después, me fui a Francia a estu­diar música clásica por dos años y tras eso, continué estudiando jazz por otros tres años. Ahí aprendí todo lo clásico, ya que en ese punto de mi vida, lo único que conocía era la música de Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, Billy Holliday y Mahalia Jackson, entre otros. Mi padre siempre nos dijo que si queríamos hacer algo, que fué­ramos a la escuela a aprender de eso. Nos decía que teníamos que conocer nuestras capacida­des, nuestras limitaciones, has­ta dónde podíamos ir, qué tan flexibles podíamos ser y qué tan buenos podíamos ser en eso. Por eso pasé 5 años en la escuela de música aprendiendo distintas técnicas de vocalización. ANGÉLIQUE KIDJO - angeliguekidjo04_hotbook-1024x645 ¿Qué significa la música para ti y cómo piensas que puede cambiar al mundo? La música para mí es una forma de contar historias, porque sin importar lo que cantes, puede ser una canción de amor, siempre hay un mensaje dentro; la músi­ca para mí es respirar. Si no hu­biera música, ¡nos volveríamos locos! He visto el poder que tiene la música y cómo ha logrado pre­sionar a los líderes del mundo a actuar para la liberación de Nel­son Mandela, por ejemplo. Yo estuve en medio del movi­miento que apoyaba la causa de Mandela en Francia y para mí, el ver cómo todo el mundo sabía lo que pasaba en Sudáfrica, como también sabían del Holocausto en Alemania, y ver cómo no se hacía nada al respecto me parecía algo impresionante. En el momento en el que los músicos y los niños em­pezaron a ir a los estadios a protes­tar, a decir que la situación tenía que parar, fue cuando la atención se fijó en Sudáfrica. Si la música no hubiera reforzado el movi­miento, cada fin de semana o cada mes en los que los artistas se para­ban a llamar la atención de los es­pectadores para liberar a Mande­la, quizás la historia hubiera sido diferente. El movimiento se había vuelto tan grande y había tomado tanta fuerza que ningún gobierno que pudiera llamarse democráti­co, podría haberse quedado calla­do: la música tiene ese poder. Por eso, cuando llegas a un país en donde hay alguna especie de dictadura, lo primero que restrin­gen es el arte, porque todo tipo de arte te da libertad de expresión, te da identidad, te da orgullo. Este país tiene cierta cultura, si alguien te quita esa cultura, ya no te queda nada, te conviertes en un estante vacío. Para mí, el arte y la música son las primeras cosas que presentan una amenaza para la política en el mundo, porque son una clara forma de libertad. La música, en específico, tiene el poder de crear conciencia y de juntar a la gente. Yo veo este poder cada vez que me subo a un esce­nario. Tengo frente a mí gente de todas partes del mundo; quizás nadie hable mi idioma, pero desde el momento en el que empiezo, la música se transforma en el ADN y el lenguaje que nuestras hermanas y hermanos hablaban, incluso an­tes de nuestra concepción: la mú­sica siempre ha estado ahí y nadie la puede apagar. Llevas la música a tu casa y cuando la escuchas, puedes escoger lo que tú quieras y nadie te puede obligar a algo dife­rente. Lo que la música te produce queda únicamente entre tú y ella. ¿Cuántos discursos de políticos puedes recordar hoy? ¿Cuántas canciones puedes recordar? Eso lo pone todo en perspectiva. ANGÉLIQUE KIDJO - angeliquekidjo02_hotbook-1024x645 Puedo ver que desde una edad muy temprana fuiste consciente de los problemas que existían a tu alrede­dor y en la sociedad, pero realmente ¿cuándo empezaste a realizar activis­mo o comenzaste a involucrarte en cambiar el mundo? Empecé desde el primer día, des­de que empecé a cantar. Empecé a cantar sobre la justicia, empecé a cantar sobre la desigualdad entre los hombres y las mujeres –la ridí­cula razón por la cual un hombre y una mujer con el mismo título tienen salarios distintos debido a su sexo– y me empecé a cuestio­nar muchas cosas desde que era una niña. Cuando cumplí dieciséis años, dejé de ir a la iglesia porque el sacerdote que atendía mi parro­quia hacía cosas horribles. ¿Cómo me podía decir que yo tenía que ser buena si él no lo era? ¿Por qué ten­dría que ir a un lugar en el que bus­caban lavarme el cerebro con cosas que predicaban pero no llevaban a cabo? Así, desde el principio, desde que era una niña, mi padre siempre nos dijo: “Usen su cerebro, es su arma más fuerte, pueden re­tar a cualquier persona siempre y cuando hablen; pueden no estar de acuerdo, pero tienen que debatir y hablar”. En mi caso, desde peque­ña, he visto cómo mis padres han salido de su zona de confort para ayudar a otros, aunque no sean de su familia. Mi padre usaba su sa­lario para mandar a sus diez hijos a la escuela, y a la gente que quería y que no tenía dinero les ayudaba a buscar los recursos para que pu­dieran ir a la escuela. Él creía que la educación liberaba a la gente, para realizar decisiones por ellos mis­mos y que así pudieran crear un impacto en el mundo. Siendo una mujer joven en Áfri­ca, mi padre tuvo que luchar para mantenerme en la escuela. No había día que la gente no le dijera a mi padre que nos sacara del colegio, a nosotras sus hijas. Por eso, para mí, el activismo empezó en mi casa. En 2002 me convertí en Embaja­dora de la Buena Voluntad de la UNESCO. La cuestión, para mí, fue bastante fácil: si tenía que pasar mi tiempo en cocteles y saludando a políticos que no me caían bien, no me iba a involucrar en ese cargo. Fue entonces cuando la UNESCO se acercó a mi y me dijo: “¿Qué quieres hacer?” Mi respuesta fue que quería ayudar a la educación de las niñas. Empecé haciendo campañas para promover la edu­cación de primaria, ya que ese era uno de las metas de desarrollo del milenio para la ONU. Después, empecé a meter a las niñas en las escuelas, pero lo que no habíamos pensado era qué tipo de educación queríamos brindarle a estas niñas. ¿Cómo queríamos que estuvieran formados los profesores que iban a enseñarlas? ¿Cómo podrían los padres mandar a sus hijas a las es­ cuelas? Si el gobierno no les da eluniforme, los libros, entre otras cosas. ANGÉLIQUE KIDJO - angeliquekidjo03_hotbook-1024x645 ¿Cómo iba a funcionar el plan para educar a las niñas? Con el paso de los años, una madre en Tanzania me dijo: “Angélique, escuchamos lo que dijiste; te vimos en televisión; mandamos a nuestras hijas a la escuela, pero si no reciben educación secundaria, ellas van a acabar casándose y empezando una familia a los doce años”. Por eso, empecé a pensar y decidí abrir mi propia fundación. Empezamos a promover la educación secundaria en el 2007. Me acuerdo de la reacción de la gente y cómo me decían que nunca iba a poder llevar a cabo mi proyecto. La educación secundaria, aquí en África, es donde realmente se crea un cambio. Es cuando tienes el nivel de bajas escolares más alto, porque en esta etapa empieza la pubertad, las escuelas no están preparadas para tratar con niñas que están en esta etapa, ¡hasta los baños son mixtos! Ninguna niña quiere ir ahí y lo puedo entender porque yo también pasé por esa etapa y también quise salirme de la escuela. Pude soportar ese peso porque tuve el apoyo en casa; mis padres me dijeron que no pensara mucho en lo que me estaba pasando y que solo fuera a la escuela. En esa etapa inventé una palabra, batanga, que le decía a todo aquel que quisiera molestarme y significaba “Deja de molestarme. Déjame sola.”, era mi modo de defenderme y ahora es el nombre de mi fundación. La cosa es que en África, la educación secundaria cambia totalmente la dinámica del juego. Nadie, cuando empecé en 2007, quería encargarse de este problema. Ahora, todo mundo se está dando cuenta de lo necesario que realmente es. Creían que África iba a poder superarse o no, pero nunca pensaron que la educación secundaria iba a ser el arma secreta para lograr este progreso. Cuando las niñas tienen una educación secundaria, los niveles de liderazgo suben, el PIB del país se eleva, y así al país le va mejor. Cuando las niñas son educadas en África, todo mejora porque las mujeres invierten de distinta forma que los hombres. Las mujeres ven las cosas de forma distinta a los hombres, tienen un acercamiento distinto a los problemas y el liderar juntos, es lo que va a ser el futuro de la humanidad. Si la familia humana tienen que convertirse en líderes y guiar al mundo de la forma que sea estadísticas que cuando las mujeres pasan por la educación secundaria, no es solo la familia la que se beneficia, la comunidad también, por lo tanto el pueblo también y por ende, el país. Los índices de violación, de mortalidad materna, el embarazo infantil y la difusión de enfermedades como el VIH SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual también bajan. No me importa quién se ponga en mi camino, las niñas tienen que ir al colegio. Yo voy a las ciudades, a los pueblos donde no hay ni luz ni agua, en aquellos lugares donde las niñas son tan pobres que aunque quieran ir a la escuela, no pueden porque no hay la infraestructura para que puedan. Lo que hago es que yo les proporciono a los tutores, los libros, el uniforme, una comida al día y la colegiatura. Tengo el programa en Etiopía, en Sierra Leona, en Camerún y lo teníamos en Mali, pero tuvimos que pararlo porque las niñas estaban en la parte norte del país, donde estaban los terroristas. En nuestro programa teníamos a 12 mil niñas y ahora solo nos quedan 400 porque todas han logrado graduarse y muchas de ellas están ahora en la universidad. Ahora, estoy concentrada en mi país. Tengo otra iniciativa: este año estoy haciendo alianzas con Population Counsil para desarrollar una tecnología en la que, con celulares, vamos a lograr recolectar información de base en las comunidades. Ese teléfono te ayuda a mapear pueblos de hasta cinco mil personas al día. No necesitas wifi, no necesitas conectarte a nada, el teléfono guarda toda la información. Cuando conectas el teléfono a la computadora, inmediatamente el aparato te proporciona la información del mapa para responder a las necesidades de la gente. Lo que hacemos es encontrar a las niñas que están fuera de la escuela y la razón de ello: si están embarazadas, si tienen hijos, si viven con sus papás, cuáles son sus talentos, lo que necesitan, si todavía tienen la edad para poder regresar al colegio o si necesitan que las entrenen para llevar a cabo algún trabajo que quieran. Con este teléfono, puedes ver las necesidades de la comunidad para poder actuar sobre sus necesidades. Queremos crear un club de niñas y mujeres para que tengan un lugar para ellas. Queremos ayudarles a que puedan manejar los números básicos para que puedan llevar un presupuesto, para que puedan vivir independientemente, porque no puedes poner a las niñas en la escuela sin pensar en todo el ambiente que las rodea: es un acercamiento holístico. Si sacas a una niña de su casa y la metes a la escuela, el peso recae sobre la madre. El dinero que la niña podría traer a la casa, trabajando en el mercado o en algún otro lugar, ya no entra al hogar. Cuando metes a una niña a la escuela, la madre queda en una situación difícil; por ello, les proporcionamos una ayuda económica a las madres de familia para que ellas puedan crear un negocio. Las entrenamos para que puedan hacer un presupuesto, y así, hacer que su negocio sea viable, y en respuesta, ella paga por la colegiatura. De repente, empiezas a darte cuenta del éxito de este proyecto: reinstituyes a la madre en su lugar y toda la comunidad se ve beneficiada y motivada; así se empieza a hacer una cadena que permite que el proyecto siga funcionando. ANGÉLIQUE KIDJO - angeliquekidjo05_hotbook-1024x645 Nos podrías decir, ¿quién fue tu inspiración mientras crecías? Mi inspiración viene de casa, de mi madre y mis dos abuelas. Mis abuelas enviudaron muy jóvenes, en sus veintes, y en esa época, cuando enviudabas, te obligaban a casarte con alguna persona muy cercana a tu esposo para que la familia no se separara. Mis dos abuelas se rehusaron a hacer eso, y por lo tanto, sus familias les dieron la espalda. De pronto quedaron sin cobijo y tuvieron que arreglárselas para salir adelante. Por eso, las dos construyeron su propio negocio. Aprendí rápidamente de eso porque ellas siempre me dijeron que eran parejas de los hombres, no posesiones. Si empiezas a pensar que eres una posesión y empiezas a depender en los hombres para resolver todos tus problemas, entonces estás en problemas. Dependemos de los esposos, pero el día en el que se mueren, no sabemos qué hacer. Tu primer trabajo tiene que ser tu esposo, pero tienes que aprender a trabajar en pareja. Si algo le pasa a tu esposo, tienes que saber cómo proveer para tu familia, cómo balancear el trabajo con el hogar y cómo cuidar de ti y de tus hijos. ¿Dónde está escrito que el hombre tiene que hacer todo el trabajo? ¿Dónde está escrito que las mujeres son esclavas de los hombres? ¡En ningún lugar! Es solo un cuento que nos han contado y que nos hemos creído. Mi madre enseñó a mis hermanos a cocinar, a limpiar, a coser, a lavar y a planchar. En realidad, nos enseñó a todos a ser independientes. Cuando mis hermanos se fueron a vivir a Europa, la educación que mi madre les dio salió a relucir porque ahí no tenían ayuda. Les puedes preguntar a mis cuñadas y te van a contestar que cuando ellas regresan de trabajar, ellos pueden ser capaces de recibirlas con comida sobre la mesa. Por eso, para mí, mi ejemplo a seguir fue mi casa. Mi padre fue el parámetro de cómo relacionarme con los demás hombres; él siempre me decía que mi madre no era su posesión. Sabía que tenía un cerebro, que tenía talentos y que si ella estaba feliz, él también lo estaba. Que mi madre era un ser humano y no una cosa. Me decía: “Si no veo a tu madre como un ser humano, comenzaré a verla como una cosa y empezaré a volverme adicto a ella. En ese momento lo que siento deja de ser amor porque el amor no involucra control, el amor no involucra abuso.” Aunque a esa edad, no entendía bien lo que mi padre me decía, en realidad estaba dándome lecciones tan profundas que tendrían el impacto de cambiar mi vida. Mi padre me enseñó que no tenía que probarle a nadie lo que era. Que el machismo es miedo e inseguridad. Mis modelos a seguir estuvieron en casa. Mi abuela siempre me dijo que mi cuerpo era un santuario; si un hombre me daba un regalo, tendría que preguntarme ¿qué es lo que quiere de regreso? Si no estás dispuesta a dar algo en respuesta, entonces no debes de aceptar el regalo. He basado mi vida en los principios que me enseñaron en mi casa y han sido los mismos que le he enseñado a mi hija y han funcionado. Tienes que decirle a las niñas que no está bien que abusen de ellas. Si alguien trata de aprovecharse de ellas, tienen que pelear para defenderse porque si no, serán víctimas toda su vida. Textos y fotos por: