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Atacama: postales del desierto más seco del mundo

San Pedro es un pequeño y pintoresco pueblo de adobe enclavado en medio de la aridez del norte chileno. A su alrededor, brotan géiseres a cuatro mil metros de altura, se forman salares donde habitan diversas especies de flamencos, surgen lagunas donde se flota como en el Mar Muerto, se erigen ruinas de antiguas culturas y estallan atardeceres mágicos. Esta es la crónica de un viaje al desierto más seco del mundo.

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Foto: Guido Piotrkowski

Por la mañana el sol raja la tierra, que aquí es árida como en ningún otro lugar del mundo. La primera impresión al caminar por Caracoles, la calle principal de San Pedro de Atacama, es la de estar en un pueblo del far west “agiornado”. Calles polvorientas pero prolijas, restaurantes varios con carteles en inglés y español que ofrecen desde la comida típica del altiplano (guanaco, llama, habas, quinoa) hasta un salmón a la mantequilla o un ceviche peruano.

Agencias de viajes brotan, una al lado de la otra, como los mismos géiseres que proponen visitar. Posadas, hostales y hoteles cinco estrellas que pasan desapercibidos tras los paredones de adobe. La oferta también comprende “tours astronómicos” –el cielo diáfano de aquí es ideal para la observación de los astros–, excursiones a salares remotos y pueblos perdidos.

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Foto: Guido Piotrkowski

Los perros callejeros o quiltros, como los llaman aquí, pululan en busca de una sombrita donde echarse y un puñado de turistas de medio mundo deambulan atónitos mientras una joven nacida en Santiago de Chile, criada en Nueva York y con acento español, los intercepta para venderles una excursión. Así es la postal siglo XXI de San Pedro de Atacama, un antiquísmo pueblo extraviado en la inmensidad del desierto, ubicado en la tercera región del norte de Chile, a 1,600 kilómetros de Santiago, la capital chilena.

Para llegar desde Calama, la ciudad más cercana y donde está el aeropuerto, hay que recorrer unos 100 kilómetros por carreteras desoladas y, para cruzar hacia Argentina, hay que transitar 170 kilómetros hacia el increíble paso de Jama, que surca la cordillera a 4,000 metros de altura y conecta el norte de este jirón de tierra que es Chile con la quebrada de Humahuaca, en la provincia de Jujuy.

También está al lado Bolivia, a unos 50 kilómetros del paso Hito Cajón.

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Foto: Guido Piotrkowski

“Mi bisabuelo cruzaba la cordillera a pie, trocaba el algarrobo y el chañar por vacas. Por Caracoles (la calle principal) pasaba el ganado”, rememora Elías, un joven moreno, de ca- bellos largos y rasgos indígenas, nativo del vecino pueblo de Toconao, sentado en el umbral de una casa a resguardo del sol impiadoso del mediodía atacameño.

LAGUNAS DE ALTURA

San Pedro se encuentra a más de 2,000 metros sobre el nivel del mar y por eso mascar coca o tomar un té de la misma planta resulta el mejor paliativo para combatir el mal de altura. Pero también hay que andar despacio, tomarse las cosas con calma y no comer abundantemente.

Hoy vamos hacia la laguna de Chaxa, ubicada a unos 60 kilómetros del pueblo. Desde la ruta, que surca la quebrada de Jere, se puede ver la apabullante cadena volcánica que rodea Atacama. El omnipresente Licancabur, guardián de estas latitudes, el Jurique y el Toco, luego el Pili y más adelante el Láscar, un volcán activo y cuya fumarola se puede ver sobre todo por la mañana.

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Foto: Guido Piotrkowski

Al pie de estos volcanes hay varias comunidades, cuyos habitantes se niegan a dejar sus hogares, “porque son tierras que han pasado de generación en generación. Unos años atrás se pudo mover el pueblo unos cinco kilómetros más abajo. Así, en caso de algún cataclismo, te da cinco minutos más para arrancar”, bromea la guía de la excursión. “Los pobladores no están asustados. Somos nosotros, los afuerinos,
los que no estamos acostumbrados a vivir tan cerca de un volcán activo, y eso nos da miedo”.

Toconao es un pueblo mínimo, digamos fantasmal, a la hora de la siesta. Una pequeña y prolija plaza, la iglesia y el campanario de San Lucas. Un almacén en la esquina y una calle que se pierde en línea recta hacia el desierto infinito. El santuario conserva su estructura original en liparita –piedra volcánica típica del lugar–, sus techos con vigas de chañar y una escalera caracol hecha de madera de cardón. El campanario fue construido enfrente, una tradición en los pueblos atacameños. Si bien la iglesia fue restaurada, mantiene su fisonomía y materiales originales.

Poco después de romper con la siesta pueblerina, la excursión continúa rumbo a la laguna, don- de habitan tres especies de flamencos: el andino, el chileno y el de la Puna. El chileno es conocido como el “flamenco bailarín” porque sus patas, que tienen un dedo más que las de sus primos, revuelven el barro en busca de alimento, y al escarbar giran sobre sí mismos.

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Foto: Guido Piotrkowski

360 grados de picos montañosos y volcanes “encierran” este salar, el tercero más grande del mundo y el que posee el 40 por ciento de las reservas mundiales de litio. Hay que caminar por el sendero marcado y no hacer bullicio para no asustar a la fauna. El sendero fue abierto entre las piedras de sal, que le dan al lugar cierto aspecto lunar. Al final del caminito hay un mirador, desde donde los flamencos se pueden ver muy cerca.

Manuel Silvestre es guía de la comunidad de Toconao, cuyos pobladores son los encargados de cuidar esta reserva. Por un convenio entre las comunidades originarias y la Corporación Nacional Forestal, las reservas de la zona son protegidas por los pobladores originarios desde el año 2002. “Esta labor nace por la demanda ancestral de los territorios que pertenecen históricamente a las comunidades. Genera puestos de trabajo, revaloriza nuestra cultura y evita la migración hacia la ciudad”, explica este hombre de cabello largo, negro y lacio, un tanto hosco. Mientras tanto, dos ejemplares de patas largas y cuerpo rosado despegan de la laguna en un vuelo rasante. Cae el sol, estalla el atardecer en el desierto.

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Foto: Guido Piotrkowski

EL VALLE DE LA LUNA

Como todas las mañanas aquí, está soleado. Hoy toca la laguna Cejar, donde me dicen que se puede flotar como en el famoso Mar Muerto de Israel. El viaje es corto, unos pocos kilómetros separan el pueblo de este paraje inhóspito.

Camino alrededor de la laguna, sumerjo los pies en el agua; está helada. Algunos que ya están dentro, flotando sin ningún esfuerzo, aseguran que una corriente de agua cálida pasa por debajo de ellos. Tentado, nado hacia allí y de a poco siento cómo la corriente me envuelve y hace más placentera la aventura. Al salir, una mesa con fiambres, quesos y aceitunas ya está servida en la playa.

Luego del almuerzo nos dirigimos al valle de la Luna, el corazón de la cordillera de la Sal. Nos aprestamos a recorrer los principales puntos de este valle: las Tres Marías, el Anfiteatro, la Duna Mayor y las Cuevas de Sal. En el sendero nos cruzamos con varios ciclistas: es que Atacama es muy visitado por adeptos al ciclismo y varios de sus circuitos resultan ideales para recorrer en bicicleta.

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Foto: Guido Piotrkowski

“Este era un lugar de mineros y minas de sal que creció mucho por influencia de Gustavo Le Paige, un cura belga que más allá de fomentar el catolicismo se ocupó del turismo, la arqueología, la geología y la geografía. Fue un pionero”, asegura el guía de turno. Le Paige vivió aquí unos 40 años. Se dice que era una persona muy “docta”, que hablaba siete idiomas y sabía “de todo”, desde arqueología a matemáticas. El museo y una calle de San Pedro llevan su nombre. “Era un genio. Claro que también tiene sus detractores, porque extrajo muchas cosas, como artesanías y cerámicas que se llevó a museos de Europa”.

El primer punto en el que nos detenemos es la formación de las Tres Marías, que originalmente se llamaba Los Vigilantes, pero Le Paige le cambió el nombre.

Luego pasamos por el Anfiteatro y nos metemos en las cavernas, donde necesitamos encender las linternas y andar agachados. El recorrido desemboca en un cañadón desde donde hay una imponente vista del valle. Antes de que caiga el sol, nos dirigimos al mirador de la Piedra del Coyote, desde donde hay otra vista más, aún más espectacular, hacia un anfiteatro natural. Cae el sol, nace otro atardecer deslumbrante sobre el desierto.

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Foto: Guido Piotrkowski

LOS GÉISERES Y LAS FUMAROLAS

El tercer y último día es el indicado para la travesía más larga y sorprendente, la excursión a los géiseres del Tatio, un complejo geotérmico que abarca un área de diez kilómetros cuadrados, el grupo de géiseres más gran- de del hemisferio sur y el tercero más grande del mundo. Hay que partir temprano para poder llegar entre las seis y las siete de mañana, la hora en que las fumarolas son más intensas, así que a las cinco de la mañana, todavía de noche, emprendemos el viaje.

Un par de horas después, con el día despuntando, avistamos las columnas de humo que emanan de los géiseres, a más de 4,200 metros de altura. Ya está claro y el termómetro marca 15 grados bajo cero. Pero qué importa, el lugar amerita congelarse y bajamos a caminar por este paraje indómito. Un grupo de siluetas se dibuja a contraluz del sol que se eleva tras las montañas. Son como fantasmas flotando entre las fumarolas, cuerpos adormecidos que deambulan alucinados en la bruma de este amanecer de ensueño. Es difícil moverse con tanto frío. Pero somos conscientes de que estamos en uno de esos lugares únicos en el mundo, tan singulares que parecen de otra galaxia, uno de esos sitios a los que no se regresa todos los días.

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Foto: Guido Piotrkowski

Abrigados hasta la médula disfrutamos como niños del paisaje extremo, bromeamos a pesar del sueño y la boca entumecida, hacemos fotos a pesar de que, aun con guantes, cuesta sacar las manos de los bolsillos. Pero también hay que ser precavidos: el agua aquí brota a unos 85 grados, por lo tanto es riesgoso acercarse demasiado a los “hornos” del géiser que se van formando a medida que expulsa el agua.

Más allá, hay unos piletones termales donde unos pocos valientes se atreven a bañarse. Por la forma en que se zambullen y el tiempo extenso que permanecen en el agua, disfrutando del baño, imagino que debe ser una experiencia deliciosa, pero no me atrevo. El clima no da tregua en este árido vergel que obsequia espejismos de belleza desmesurada.

Aunque la temperatura subió un poco y salió el sol, el frío es aún tremendo en este paraje, un mundo mágico y misterioso. Uno de esos lugares irrepetibles, casi de ciencia ficción.

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Foto: Guido Piotrkowski
GUÍA DE ATACAMA

DÓNDE DORMIR

En medio de esta aridez extrema existe un puñado de alojamientos que brindan el máximo confort en total armonía con el entorno. Es tal la comunión que logran estos hoteles con el paisaje que pasan desapercibidos, camuflados en muros de adobe y construcciones de piedras. Spa, saunas y masajes; piscinas climatizadas y al aire libre; gastronomía que fusiona lo mejor de la cocina internacional con los sabores autóctonos; excursiones con guías de primer nivel y hasta observatorios astronómicos.

Explora Atacama

La versión atacameña de la prestigiosa cadena está ubicada cerca del centro, en el ayllú (antiguos núcleos comunitarios) de Larache, un predio donde habitó una antiquísima comunidad local. El trazo original del terreno ha sido respetado y algunas de sus construcciones fueron restauradas. Tiene 50 habitaciones sin televisión, dispuestas en tres naves que conforman una plaza con grandes árboles y una cuarta nave que alberga los espacios comunes. Cuatro piscinas exteriores conectadas entre sí, dos de ellas climatizadas con paneles solares. Además, saunas, baños turcos, sala de masajes y jacuzzis al aire libre. Tiene un observatorio y ofrece más de 40 excursiones.

T. +56 2 3244 2000
www.explora.com

Alto Atacama Desert & Lodge Spa

Ubicado a tres kilómetros del pueblo, muy cerca del pucará de Quitor, el hotel tiene 32 habitaciones con terraza y jardines propios. Cuenta con seis piscinas y un restaurante que fusiona la cocina mediterránea con los sabores autóctonos. Hay un spa muy completo, con baño turco, sauna finlandés y ducha escocesa. Des- de el hotel se organiza toda clase de excursiones.

www.altoatacama.com

Awasi

Cerca del centro del pueblo, en el interior de un antiguo solar, sus ocho habitaciones fueron construidas con piedra, madera, abobe y techos de paja, que son lujosas, pero al mismo tiempo sencillas y rústicas. Los espacios comunes son perfectos para pasar una tarde de lectura o una mañana al sol. La cocina es sofisticada, inspirada en la gastronomía altiplánica, pero con una fusión internacional.

T. +56 2 2233 9641
www.awasi.cl

DÓNDE COMER

La Estaka

Cocina chilena, platos vegetarianos, crepes.
sanpedroatacama.com/restaurante/la-estaka/

Estrella Negra

D. Caracoles 169, San Pedro de Atacama
T. +56 9 9511 2581

Restaurante Ayllu

Sushi de quinoa y llama. Vino del desierto.
D. Toconao 479
www.ayllu.cl

QUÉ HACER

Proyecto ALMA

En Atacama está la sede del proyecto ALMA (Atacama Large Milimiter Array, por sus siglas en inglés, que significa Vector de Largo Milimetraje de Atacama). Es parte de una asociación entre la Comunidad Europea, Norteamérica y Asia del Este en cooperación con Chile, y se trata del observatorio de radioastronomía más grande de la tierra. Ubicado en el Llano de Chajnantor, a cinco mil metros de altitud, entrega imágenes del universo con una resolución nunca antes vista.

Se hicieron muchos planes para ubicarlo en diferentes lugares del mundo, pero finalmente se instaló aquí por la altura y la sequedad. Se inauguró en 2013 y está abierto a visitas los sábados y domingos por la mañana.

Solo las personas previamente inscritas podrán visitar el Sitio de Apoyo a las Operaciones de ALMA (OSF), campamento donde trabaja el personal de observatorio y donde se puede ver la sala de control, los laboratorios, antenas en manutención y un transportador de antenas. No se puede visitar el llano de Chajnantor, donde se ubica el conjunto de antenas, debido a su gran altitud, a 5,000 metros sobre el nivel del mar.

www.almaobservatory.org

Más excursiones

Géiser del Tatio
Valle de la Luna
Salar y lagunas altiplánicas Salar de Atacama y Toconao

Más información
www.chile.travel

Texto y fotos: Guido Piotrkowski