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Brasil: ¿Qué pasó con el órden y el progreso?

Hace seis años, Brasil, el “país del futuro”, era un referente obligado para los países en vías de desarrollo. Resulta que entre 2008 y 2013 el ingreso per cápita de los brasileños aumentó 12%, además el salario mínimo subió de 415 a 678 reales y, lo mejor, fue que más de 30 millones de habitantes de clase baja llegaron a la clase media disminuyendo la brecha de desigualdad.

Durante ese periodo de bienestar y crecimiento económico, Brasil, junto con otros cuatro países, era miembro del selecto grupo de los BRICS, quienes encabezaban la lista de los mercados emergentes con mayor potencial económico para el futuro próximo. Sin embargo, algo falló en el proceso y actualmente Brasil está viviendo una crisis económica y política sin precedentes.

Según los pronósticos del Fondo Monetario Internacional, la desaceleración económica del país amazónico seguirá hasta 2017. El desempleo ha llegado al 11% y los proyectos sociales que habían tenido tanto éxito no tuvieron bases suficientemente sólidas para seguir adelante.

Hay tres factores que llevaron al declive económico de Brasil. El primero es su estrecha relación comercial con China. Brasil exportaba materias primas al gigante asiático que crecía a gran velocidad y demandaba materiales de construcción a la par. Cuando China dejó de comprarle materia prima a Brasil, el país latinoamericano entró en recesión.

El segundo factor es el ajuste en la política monetaria de Estados Unidos que ha reducido los flujos de capital a nivel mundial, con consecuencias particularmente fuertes en la economía brasileña que se encuentra en plena crisis.

El tercer factor es la continuidad de las políticas populistas. Cuando Dilma Rousseff llegó a la presidencia en 2011, apostó por seguir con el modelo económico de Lula, dejando a un lado las reformas necesarias para el crecimiento. Una de las reformas más importantes que se tendría que haber llevado a cabo era la que permitiría abrir sus fronteras comerciales. Sin embargo, conforme su economía creció, optó por lo contrario: cerrarse con más protección y barreras arancelarias.

Las políticas populistas fueron útiles en un principio para mantener al Partido de los Trabajadores en el poder. Tanto Lula como Rousseff hicieron énfasis en sus respectivas campañas presidenciales en que los apoyos sociales seguirían y en que la economía saldría adelante. Sin embargo, fueron estas mismas políticas las que acabaron con la presidenta cuando se descubrió que los bancos del gobierno estaban financiando la deuda brasileña ocultando un déficit en el presupuesto.

Los subsidios, contratos, préstamos preferenciales y otras protecciones del gobierno a la economía, crearon un ambiente propenso a la corrupción. El caso más sonado fue la operación Lava Jato que puso al descubierto la corrupción de Petrobras, la petrolera estatal, que había desviado 8 mil millones de dólares entre 2004 y 2012.

La abrupta caída de Brasil trae consigo una lección más complicada: el desarrollo no es fácil. Es necesario diversificar la inversión en diferentes proyectos sociales, administrar adecuadamente los recursos y reconocer que la apertura económica es necesaria para evitar la dependencia de un socio comercial principal.