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Isla del Coco

Nos espera día y medio de viaje en altamar. A tan sólo una hora de haber zarpado, la tripulación nos llama a la proa y el capitán disminuye drásticamente la velocidad. Entre el ruido del motor y el sonido del mar se logran distinguir fuertes exhalaciones: ballenas jorobadas se deslizan por la superficie para respirar. Minutos después se dejan ver dos tortugas en pleno apareamiento y delfines nadando a la par del barco. Si no fuera por las botellas de plástico que flotan a pocos metros, juraría que este lugar jamás ha sido tocado por las manos del hombre.

Me dirijo a la Isla del Coco, a 550 km al sur de Puntarenas, Costa Rica, uno de los ecosistemas marinos más ricos del mundo. Cada año, cientos de buzos viajan 36 horas por mar y pagan entre 4 000 y 6 000 USD para sumergirse en sus aguas. Gastar tanto e ir tan lejos puede parecer absurdo, sobre todo para el mexicano que puede bucear en Baja California Sur o la Península de Yucatán con mayor facilidad. Pero ir a la Isla del Coco es también viajar al pasado, a un lugar lleno de vida que el hombre aún no ha corrompido.

La pesca descontrolada amenaza con exterminar muchas especies a nivel mundial. Estudios indican que las poblaciones de tiburón, atún, pez espada y marlín han disminuido un 90 % en las últimas décadas. Bucear en lugares como Cozumel es una experiencia inolvidable, pero también un recordatorio de lo difícil que se ha vuelto ver tiburones y otros peces en su hábitat natural.

El mayor atractivo de Cocos, como se le conoce comúnmente a esta isla tropical de origen volcánico, fue en su momento una serie de tesoros escondidos, según la leyenda. Pero hoy en día su encanto principal son los tiburones martillo que se llegan a ver en escuelas de cientos. También hay ballenas jorobadas en temporada, mantarrayas gigantes y hasta 15 especies diferentes de tiburón. Ningún buceo es igual al otro, pero algunos son completamente extraordinarios: en septiembre del 2014, un grupo de buzos vio cómo una manada de orcas apresaba a un tiburón tigre, el cazador más temido del lugar hasta ese día.

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En aguas tan saturadas de depredadores, cuesta trabajo hacerse a la idea de bucear de noche pero la inmersión nocturna en Cocos es de las experiencias más impactantes. Hay que llevar una linterna y mantenerse a dos metros del fondo, por donde se mueven decenas de tiburones hambrientos de forma impredecible. Por lo general, solo se dejan ver los punta blanca, pero con suerte se asoma un galápago o un tigre.

En la isla convergen cinco corrientes marinas, creando las condiciones perfectas para todo tipo de animales acuáticos. Es por eso que Costa Rica creó el Parque Nacional Isla del Coco (PNIC) en 1978 y la UNESCO lo declaró Sitio de Patrimonio Mundial de la Humanidad 19 años después. Pero ni las grandes distancias que la separan del continente ni las leyes que la protegen han logrado que la isla se salve de las redes de la pesca ilegal. El atún de aleta amarilla es el objetivo principal. Antes lo eran los tiburones.

Si bien el impacto no ha sido el mismo que en ecosistemas más cercanos a la costa, entre menos vida marina haya en otros mares, mayor será el riesgo para la isla. México y Ecuador se enfrentan a una problemática similar en el Archipiélago de Revillagigedo y en las Islas Galápagos, respectivamente. Como Cocos, ambos sitios son Patrimonio Mundial de la Humanidad y en consecuencia, áreas “protegidas”, pero tanto la falta de recursos como la distancia y la corrupción hacen que esta “protección” sea muy relativa y riesgosa a largo plazo.

El año pasado, la expresidenta de Costa Rica dedicó recursos para la protección de la Isla del Coco y áreas circundantes e inauguró un sistema de radares de vigilancia marítima. Pero los guardaparques de la isla no están muy convencidos. En agosto, el funcionario Keylor Morales Paniagua, encargado del programa de control y protección, me dijo que la situación, lejos de mejorar, ha empeorado y que el presupuesto de todos los parques nacionales del país “bajó a más de la mitad” en el 2014.

Le pregunté sobre el radar nuevo. “Ese tema no tiene para mí ni pies ni cabeza”, me dijo. “Para lo único que lo pueden implementar sería para el narcotráfico […] porque el radar al lado sur tiene un ojo ciego”.

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El problema más grande, según Morales, es la falta de legislación que sancione la pesca ilegal dentro del parque ya que, para hacer una denuncia, los guardaparques tienen que encontrar a los pescadores “con el arte de pesca en la mano”, lo cual es extremadamente difícil considerando que el área marina de la isla es de 12 millas náuticas. Y aun con evidencia, la ley no permite un arresto sin mandato judicial por más de 24 horas, y el tribunal más cercano está a casi dos días de la isla.

Presenciar las riquezas de la Isla del Coco es un privilegio de pocos: verse rodeada por cientos de tiburones martillo en las profundidades del mar, caminar por senderos de selva tropical y toparse con alguna de las especies endémicas de la isla o emerger de un buceo nocturno con tiburones punta blanca y observar las estrellas en plena obscuridad.

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Y todo privilegio viene con una gran responsabilidad: hacer lo que esté en nuestras manos para proteger estas maravillas del mundo natural y así asegurarnos de no ser los últimos en poder disfrutarlas. Esto quiere decir poner la basura en su lugar para no encontrarla un día flotando en medio del mar, usar productos biodegradables dentro de lo posible, apoyar a organizaciones dedicadas a la protección y conservación de nuestros recursos naturales y/o alimentarnos de manera sustentable. ¿Cuántos de nosotros sabemos, por ejemplo, que la pesca de arrastre, utilizada frecuentemente para atrapar camarón, es una de las artes de pesca más destructivas que existen? 

Cabo Pulmo, un antiguo campo pesquero en el Mar de Cortés, tiene hoy en día 463 veces más peces que en los años 90, cuando sus habitantes se dieron cuenta de que la pesca desmedida estaba terminando con sus recursos y crearon un parque marino. Bucear en lugares como Cabo Pulmo, o en el Archipiélago de Revillagigedo o en la Isla del Coco, nos sirve para entender cómo eran nuestros mares antes de que arrasáramos con ellos. Nos sirve también para darnos cuenta de que todavía podemos hacer algo para revertir el daño, para que en un futuro lejano lugares como la Isla del Coco no sean nuestra única opción para ver tiburones, sino una de muchas más.

Cómo llegar

La única forma de visitar la Isla del Coco es en barco. El número de chárters es muy limitado, por lo que se recomienda reservar con varios meses de anticipación.

Undersea Hunter

http://www.underseahunter.com/

Esta compañía llegó a Costa Rica en 1990 y es altamente recomendable para hacer el viaje a la isla. Los chárters son de 10, 11 o 12 días y cuestan entre 4 500 y 6 500 USD. Incluyen transporte a la isla, hospedaje a bordo, alimentos y tres buceos diarios. Vale la pena darse un paseo en el Deep See, un submarino de una atmósfera que alcanza profundidades de hasta 450 m.

Aggressor Fleet and Dancer Fleet

http://www.aggressor.com/

Los chárters son de 8 o 10 noches y cuestan entre 4 000 y 6 000 USD. También incluyen transporte, hospedaje, alimentos y buceos.