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Islandia

Tierra de volcanes, de vikingos y de magia; esencia más joven del planeta azul, que provocó en mí un estado de felicidad y alegría con su inmensa naturaleza. Titán de creación, tan abundante, hace sentir plenitud absoluta. Lugar donde el humano ha llegado a comprender su minúsculo tamaño, una percepción que permanecerá implantada en la conciencia de quién cruce sus tierras. Sus inmensas montañas y volcanes se extienden por el horizonte y crean un efecto siniestro donde se sienten como imponentes presencias con un aroma a misticismo. Aquí es de donde surgen las numerosas leyendas de la existencia de seres maravillosos, como los elfos y los troles. En la tradición islandesa aun existe lugar, dentro de las creencias de su gente, para aquellas criaturas; e incluso los poblados y carreteras del homo sapiens son cimentadas considerando a estos otros seres con quienes los islandeses dicen coexistir. Sus paisajes exóticos y únicos, cubiertos de piedras volcánicas de todo tamaño, se expanden hasta donde permite la vista, pintados de colores de terracota y de frescos verdes llenos de vida. Con su esencia renovadora despertó en mí un efecto de reconexión con mi propio espíritu aventurero, así como con mi Peter Pan interno. Durante mi viaje a este trascendental lugar terminé por reencontrarme con mi niña interior a un nivel eternamente profundo. Espacio precioso e ideal para almas por redescubrirse; para hallar un lazo con la real sustancia, con esa energía que emana de todos nosotros; espacio ideal para descubrir la fuerza vital y encontrarse nuevamente con su niño interno, porque en Islandia esto no es una cuestión de opción. Aquí la naturaleza ordena, y con su belleza y grandeza, logra hacernos renacer una y otra vez. Al punto donde la mente se rinde y cesa por fin su ruido infinito, concediéndonos regocijarnos en un estado puro de presencia. Quizá al grado en que bailarás, con la libertad que te ofrece este lugar, al ritmo del corazón de los volcanes que aún suenan para ser escuchados por nosotros. Siendo el pedazo de tierra más nuevo del planeta emite una energía pura, fresca, alegre y revitalizadora. Así es el espíritu de Islandia y el de su gente eternamente feliz.

¿Dónde está Islandia? Fue lo que yo misma cuestioné al escuchar del país que a mis oídos sonaba tan recóndito. Ya producto de mi exploración conozco su ubicación: norte del Mar Atlántico entre Groenlandia e Irlanda. La historia relata que sus primeros habitantes fueron unos monjes irlandeses, quienes debieron haberse extraviado, antes de la llegada de los vikingos que, en busca de tierra nueva, se establecieron en el siglo I. Al encontrarse con la isla, los valientes pioneros decidieron establecer sus vidas ahí, pues su belleza los cautivó. Mitos islandeses dicen que fue llamada Islandia con la intención de que, quién oyera de ella en tierras europeas, se quedara con la impresión errónea de una isla cubierta de hielo, donde no habría más que dificultades para vivir. Así fue como evitaron compartir el preciado lugar. Y en realidad la vida fue una lucha para sus primeros habitantes durante muchos siglos. Con sus largos inviernos y poca vegetación, comer pescado descompuesto se volvió tradición y actual deleite para los valientes. Los tiempos difíciles hicieron de los vikingos, guerreros de supervivencia. Así también, alrededor de la misma época, se descubrió otra isla que luego llamaron Groenlandia, con la intención de seducir a quien se dejara, con el engaño de que era tierra verde y fértil. Una trampa ambiciosa y curiosamente exitosa para las dos islas. Pues lograron que la cantidad de inmigrantes en Islandia fuera mínima durante mucho tiempo. El lugar, joya que es, era demasiado valioso como para venderlo al demonio de los hombres, a la ambición y la codicia.

Así es como esta isla sigue siendo un lugar encantador, donde su gente, de ojos azules cristalinos, al menos la gran mayoría de ellos, parecen estar en un eterno estado de plenitud y felicidad. Su tradición lo dice, ¿por qué crearnos sufrimiento mental innecesario?, ¿qué no percibes esta belleza? Además, con todo y su gran espíritu, la gente es increíblemente civilizada. Con tan pocos habitantes, apenas 300 mil, cada uno cuida de su nombre como verdaderos hombres y mujeres de honor, siendo así el país más seguro y pacifista del planeta tierra. Hay mucho que aprender de esta gran civilización, tan correcta y también tan simpática.
Los días durante el verano duran 24 horas, lo cual hace la experiencia aun más exótica. A las dos semanas de estar ahí sentía que estaba enloqueciendo, incluso lo comenté con un gran amigo granjero de las tierras lejanas, y fue en aquél instante que comprendí su propia insensatez. Una experiencia que sólo viviendo se puede concebir: el efecto causado por estar en luz tantos días crea una sensación de seguir en un sólo y eterno día. Esto no impide que los islandeses festejen en las “noches”, en símbolo de alabanza a la vida. El perpetuo día te mantiene en una condición de actividad constante. Siendo, para el hiperactivo, un ámbito ideal. Razón por la cual constantemente la gente aquí parece como electrocutada, llena de una energía que no deja de absorber del sol. Pero el juego cambia cuando en sus inviernos, las noches duran 21 horas. Cuando entonces, creyendo yo que sería un enorme pesar, tienen el enorme privilegio y placer de ver la legendaria aurora boreal por sus cielos. Sin dejar espacio para queja alguna, hacia dónde sea que se mire, los milagros del universo le recuerdan a los islandeses la majestuosidad infinita que sostiene todas nuestras vidas. Haciendo de ellos la gente más amable, alegre y carismática que yo haya conocido. Da la impresión de que todos estuvieran en un estado de iluminación, llenos de espíritu. Con los extraños horarios el tiempo se percibe distinto y así la presencia de la gente parece inagotable.

El país pertenece a la Comunidad Europea. Con su propia moneda, el Krona. Las monedas llevan dibujos de los peces y animales que se encuentran en sus mares, delfín, bacalao, cangrejo, lumpo y capelán son las estrellas del teatro financiero de la isla. Claramente un país primer mundista con servicios e instalaciones de calidad. Sin embargo, parece que la gente tiene una cultura más antigua, más relajada, sin estrés exagerado por el sistema económico y con un enorme sentido de humanidad. Teniendo leyes rígidas pero siempre con la sabiduría de que somos humanos y con sentido por el individuo en sí. Son entonces capaces de doblar la ley o reglas cuando la situación lo demanda sin perder tampoco el sentido del civismo y del bien. Esto es una simple observación de mi propia experiencia.

Continuando el alardeo de este extraordinario lugar, he de mencionar que Islandia mantiene una respetable relación con sus recursos. Ya que la concentración de volcanes es alta, la isla está enriquecida de energía geotérmica. Ésta es utilizada para crear electricidad y para calentar agua, así como para las albercas que se encuentran en todo el país. Tienen unas plantas gigantescas donde recolectan el vapor que sale de la tierra para pasarlo por un proceso del cual crean electricidad. Creando así un sistema no sólo sustentable y ecológicamente amigable, sino también económicamente amistoso para el consumidor. El agua, siendo tan abundante en la isla por sus gigantes glaciares, llega a las casas completamente limpia, pura y llena de minerales. Fría es gratuita, lo que cuesta es calentarla. Un islandés me contó que cuando estaban decidiendo sobre la distribución del agua, se dieron cuenta que el agua era de todos y así, también, de nadie. Era de la naturaleza y así como ella les regalaba este elemento básico, la tradición dictaba que fuera libre para todos. También escuché un chiste que decía que vender agua embotellada en Islandia no es ilegal pero que debería de serlo. Pues además, hay una cantidad de cascadas y ríos inimaginables, de donde casi sin excepción se puede beber agua pura. Y así cuidan su país los islandeses, siendo muy conscientes de lo que tienen, se encargan de llevar una vida en armonía con su ambiente, sin explotarla y dándole la reverencia y respeto que merece.

REYKJAVIK
(Cabo de Humo)
¡Qué bonita ciudad! La llaman “The smallest big city”, hogar de dos tercios de la población del país – 200,000 personas. El corazón de Islandia, lleno de vida, donde el silencio exquisito que sostiene la ciudad reposaba en lo más profundo de mi ser y así entraba yo en un trance presencial en casi cada instante. Lugar que crea un ambiente entre ciudad y desierto y aun siendo el punto más urbano de la isla existe buena posibilidad de claridad mental. La sencillez de sus casas me recuerda al helado invierno que pasa por ahí, de láminas coloridas decoran las calles encantadoras; amarillo mostaza, rojo ladrillo, verde espinaca, azul cielo y naranja pastel. La ciudad descansa en el centro de un cabo rodeado de grandiosos e imponentes volcanes y del mar Atlántico polar profundo. Con un puerto del milenio pasado pero con gran personalidad y de colosal importancia para la isla entera. Caminando por la orilla voy curioseando cómo los barcos gigantescos cargan y descargan su fresca mercancía. Me pregunto ¿será ballena? Desde la era de los vikingos comer este extraordinario animal ha sido gran parte de la cultura y tradición islandesa y también un gigantesco delicatessen, naturalmente.

La ciudad me sorprende con un concierto en un parque rodeado de bares y una multitud de gente de fiesta. Me digo a mi misma: Bienvenida al verano islandés, cuánta energía˝, con sus placitas llenas de arte hecha por graffiteros expertos y cervezas. Abundan artistas que deleitan con diversas músicas por las calles y manadas de transeúntes que abrazados cuerpo con cuerpo asoman sus cabezas para oír las tonterías del viajero solitario que sobrevive de sus sonrisas y las pocas monedas que los complacidos le dejan. El rumor local dice que, con caridad de suerte, se pueden encontrar a sus grandes músicos, quizás inclusive Sigur Ros, tocando en sus bares.

WEST FJORDS
(Al Este de la isla)
Lugar donde en invierno es casi imposible de visitar debido a la cantidad de nieve que cae. Aquí las increíblemente enormes montañas cubiertas de pasto verde radioactivo rodean el área y crean un ambiente majestuoso llegando hasta el mar azul rey, profundo y helado. Estar aquí llenó mi alma de fuerza, paz y euforia. ¿Será posible tanta belleza? Hay miles de historias de exploradores que pasaron por estos paisajes. No hay más que dejarse guiar por el espíritu aventurero y, cual vikingo, explorar las tierras. La tradición vikinga incita a los seres jóvenes salir a explorar sus mundos. Sus creencias decretaban que, al explorar el mundo exterior, uno crece como espíritu, elemento esencial de la vida en carácter islandés. El humano es tan escaso en esta región que podrán pasar horas y horas sin encontrarse con otro ser, creando un momento trascendental al instante de encontrarse con otro. Una sensación de reconocimiento mutuo infinito. Una experiencia de una rareza insólita.

El punto más alejado al oeste de la isla, un acantilado extraordinario, con el mar a sus pies y pájaros con arcoíris de picos volando por sus cielos, me ofreció una noción de la inmensidad del universo. Lugar inspirador, energía pura renovadora.

Aquí en los fiordos del oeste, valles que fueron formados por enormes glaciares que algún día reinaron el horizonte y finalmente terminaron descongelados en el mar, existen leyendas de monstruos marinos viviendo en el lago que es formado por un cabo cerca del pueblo Bildudalur. En el museo del pueblo se guardan cientos de relatos de gente que dicen ser testigos de las apariciones de las temibles criaturas, y lo que parecieran ser mitos de seres de superstición del inframundo confiere realmente a animales de carne y hueso. Tomando como teoría básica que se pudiera tratar de animales de la antigüedad que aún rondan por los mares y a los que no hemos logrado identificar. Esto me pareció increíblemente interesante. Tuve la suerte de platicar con una mujer que me convenció de este probable fenómeno, ella decía que así como para la hormiga la posibilidad de que existan criaturas que vivan 80 años -un tiempo incomprensible para ellas- sería para nosotros que existieran enormes criaturas que quizás vivan tiempos que no podamos comprender y que anden por tierras recónditas paseándose libremente sin tener contacto con el humano. Más que en muy pocas ocasiones. Me da la impresión de que el islandés comprende la inmensidad del mar, de ese otro mundo en donde las posibilidades son infinitas. Quizás, pensé.

ASKJA
Tierra de troles, una caldera volcánica en el centro del país un paisaje espectacular, gigante. Completamente surreal. Volcanes y más volcanes. Un volcán al final del camino con un lago en el cráter. Agua color verde pistache, ¿será cierto? Me siento tan pequeña, qué maravillosa creación, los curiosos caminan por la orilla de la boca del feroz volcán que algún día transformó el panorama. ¡Qué chiquitos se ven!
Mi amigo el guía quien me ha invitado a conocer el sitio cree en la existencia de troles, dice sentirlos en lugares como éste. Algo en mi lo cree.

LANDMANNALAUGAR
Recóndito rubí. Horizontes semejantes a tierras marcianas se extienden a lo lejos, cientos de tiendas puestas a sus pies donde sus visitas pasarán noches alumbradas, donde al pie de un río caliente reposan al aire sus exploradores como en tina de reyes. Escucha, se oyen los latidos de las montañas, lava burbujeando debajo de mis pisadas, en cualquier instante puede liberarse de tensiones. Tun, tun, tun… Qué lugar tan bizarro. Me trae un sentimiento de estar caminando por superficies ajenas, pero sigue siendo aquí, en nuestra casa.

THORSMORK
Bosque islandés. Por fin te encontré. Tierra de fantasía, ríos que dictan la vegetación, verde, verde, decorados con millares de flores violeta, mariposas. Tierra sabia. A la cima de tu montaña más alta veo tu inmensidad. Filas y filas de montañas. Cantidad interminable. Glaciares de los dioses. Me quita el habla, el aire.

Regreso con un enorme suspiro y te llevo así en el alma. Namaste Islandia.