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La Habana

Ciudad en donde el tiempo existe

Los secretos del mar se deslizan en cálida brisa por el vestido de esta bella ciudad mestiza. Aquí es donde el tiempo decidió jubilarse y vivir junto a los relatos del sol, ese fiel testigo de momentos dorados e históricas transiciones que viven bajo el nostálgico susurro del pasado que hoy baila también al ritmo de un vigoroso presente.

La Gomorra de las Antillas, como se solía llamar a Cuba por su abundancia y riqueza, tiene como fuerza económica y cultural a “la ciudad de las columnas”, tal y como llamaba a La Habana el escritor Alejo Carpentier. La capital de la isla es un libro de poesía recitado en cada imagen; versos de amor y drama se desenvuelven entre alegres sonrisas, chicas orgullosas de sus caderas y un aire que danza sobre un olor a tabaco y combustible, este último emanado por sus maravillosos autos antiguos. En La Habana el tiempo no es un verdugo, es más bien un aliado que te hace volver a entender que la vida es mucho más simple de lo que pensamos. Nos da un solo consejo: sonreír.

Actualmente, Cuba vive una nueva y paulatina apertura comercial, y qué decir de la noticia sobre gobiernos más sobresaliente del año pasado: el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, interrumpidas por más de medio siglo. El turismo es una de las esferas que, gracias a estas paulatinas transformaciones, ha tenido amplios beneficios. Parte de ello es la extenuante reconstrucción a la que siguen siendo sometidos los edificios y plazas más simbólicas; esto, gracias a Eusebio Leal, el cronista de la ciudad que además es muy querido por los cubanos.

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La vieja joven
El mejor ejemplo de este impecable trabajo de restauración es caminar por las venas de la Ha- bana Vieja, patrimonio de la humanidad, situada cerca del puerto, que en una tarde de suerte y claroscuros, te recibe con un arcoiris que sirve de prólogo para sentir el espíritu de las calles angostas y escabrosas, vecinas de las viejas casas de donde cuelgan balcones enamorados por las mansiones, castillos e iglesias de porte único y distinguido. Esta zona se regodea de sus cuatro plazas principales: La Plaza de Armas, considerada el corazón de la ciudad antigua. Hospeda el edificio más representativo, el Palacio de los Capitanes Generales, el más bello de la época de la llamada “villa” durante la colonia española.

Por otra parte, está la Plaza de San Francisco de Asís, que ma- tiza con la iglesia del mismo nombre, portadora de una torre que daba la mejor perspectiva para divisar a piratas amenazan- tes. En la Plaza de la Catedral se yergue en un monumental templo estilo barroco con pisos en mármol, color blanco y negro, que honran a la Virgen María de la Concepción Inmaculada de La Habana. Finalmente, nos encontramos con la Plaza Vieja, construida en el siglo XVI con el objetivo de hacer un espacio para las corridas de toros y las fiestas.

Inmediatamente, la calle peatonal Obispo nos pega un grito llamándonos a caminar sobre sus adoquines, suerte de historiadores orales que han visto pasar innumerables zapatos con los que han intercambiado tantas historias. En una guía clásica de los años veinte, se describía los bares al aire libre de este pasaje como “cuevas”, con ventanas llenas de diamantes, sombreros estilo panamá, caparazones de tortuga, bordados finos y perfumería. Ahora se llena de alegres tiendas que venden pinturas, atractivos restaurantes y músicos que siempre están acompañados por incansables parejas de baile.

Por esa calle, se llega a un edificio emblemático de aquellos años, la Droguería Johnson, fundada en 1883, junto a su orquesta de frascos de cerámica que contenían especias y activos medicinales, materiales que en 2006 provocaron un incendio que la haría cerrar por seis años hasta su reapertura en 2012.
Al final de esta calle, nos encontramos con La Floridita, uno de los mejores bares de todo el mundo. En este lugar se inventó la bebida que en un principio era solo para altas esferas sociales: el daiquirí, y se hizo famoso debido a que el literarto y premio nobel, Ernest Hemingway, lo consideraba su resguardo preferido. De hecho, allí creó su propio brebaje espiritual: “el daiquirí especial”.

A unas cuadras más, encontramos un comercio privado, el Café Francisca’s, un pequeño y curio- so establecimiento atendido por Nancy, una amable señora de piel oscura con ojos profundos y misteriosos como tazas de café turco a punto de revelar un secreto. Nancy nos invita a pasar y nos da un rico jugo de guayaba, tan delicioso y fresco, que la sed encuentra al amor. Nancy nos explica la felicidad que le significa la nueva oportunidad de abrir su negocio, y con ello establecer su propia democracia, una que sin duda es muy competitiva en precios y sabor: “todos los que estamos aquí, más que entregar comida entregamos amor”.

El nombre del café viene en honor a “su Francisca”, una representación religiosa africana de la cultura tradicional yoruba, popularmente conocida como santería, creencia muy practicada en la isla. A Nancy no le basta con el jugo de guayaba y nos presenta a “esa linda muñequita negra” que, dice, escucha sus oraciones. Con ella entre sus brazos, nos recomienda pedir el arroz frito o la pizza de langosta, pero principalmente nos pide volver.

La calle Mercaderes es otra de las vías que invitan a recorrer sus tres siglos de historia combinada con las nuevas ofertas y restauraciones. Allí nos topamos con el Museo del Tabaco y la Casa del Chocolate, con su aroma que despierta el deseo de cualquier inocente a morder la manzana pecadora, cubierta de cacao endulzado recién hecho, o a tomar leche con chocolate a temperatura de cerveza helada. Las dulces palpitaciones siguen si se camina sobre el turrón de mármol del Parque Central que presume su estilo rococó y contempla la memoria de un sitio que quiso tener el esplendor de las elegantes capitales europeas. Desde allí, el Hotel Inglaterra y el majestuoso Gran Teatro, muestran el glamour de sus detalles suntuosos que solo pueden ser mínimamente opacados por aquel rey pálido que se ve hacia el sur, el Capitolio, de imponente construcción, hecha en los años 20 a imagen y semejanza de la Casa Blanca de los Estados Uni- dos, para albergar la nueva sede del palacio presidencial.

Dentro, se puede visitar los pasillos del Congreso, las oficinas presidenciales y la librería. En la entrada, bajo la cúpula principal, hay un diamante que indica teóricamente el centro de la Haba- na, desde donde parten todas las distancias de la ciudad, aquellas que también se miden con sueños al otro lado del mar.
Tras ese simbólico edificio, está la fábrica de tabacos Partagás, una de las más grandes y antiguas que aún seduce con sus cigarros hechos por manos ágiles y llenas de relatos, como los de la revolución y su museo que está en la Avenida de las Misiones y que se distingue desde fuera por la inmortal embarcación del Granma, en la cual Fidel y el Ché Guevara junto a 80 guerrilleros más, zarparon desde los mares mexicanos en Veracruz, a la costa sur de Cuba para comenzar la rebelión. En esa misma calle se puede pasar al Museo Nacional de la Música, aunque toda la ciudad podría ostentar el mismo nombre, tal y como La Habana representa un museo del automóvil clásico.

Por la noche un gigante brilla por la bahía habanera y vigila sigiloso a todo aquel que atente contra la ciudad de sus amores. Cuenta que le han puesto un nombre al estilo de las antiguas y religiosas novelas españolas: El Castillo de los Tres Reyes Magos del Morro, pero él sugiere que solo le llamen, El Morro, aquel que todos los días, a las nueve de la noche, le grita al mundo que La Habana es solo suya a través de uno de sus Doce Apóstoles; cañones que revientan a su mando para no dejar que ningún corsario, pirata, flota francesa, o inglesa, le vuelva a arrebatar a su hermosa mulata.

Este gigante impasable de la época colonial, daba a su isla el adjetivo de la más fortificada, pues en sus puertos descansaban y partían seguras a Europa las embarcaciones con todas las mercancías recaudadas después de sus travesías por la Nueva España. El colosal fuerte permite observar una de las mejores vistas de la ciudad para que todos puedan entender la razón de su peculiar amor.

Ruinas de Fresa y Chocolate
Una calle sola y aparentemente desesperada lleva el nombre de Concordia, está oscura y emana humo, parece una escena del Callejón de los milagros. Nos acercamos al número 418 y encontramos una vieja puerta que da hacia una vecindad con pisos y escaleras resquebrajadas de mármol; parece que guarda algo más que un enigma y pequeñas viviendas habitadas.

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El Capitolio Cubano
Aparece un desconocido, nos quedamos petrificados y él, de su rostro, saca algo hermoso e inesperado, la sonrisa de un niño pequeño. Se llama Ariel Cárdenas y es quien vigila la entrada de La Guarida, para muchos el mejor restaurante de La Habana que últimamente recibió una reservación de Beyoncé y Jay-Z en su histórico viaje a Cuba.

Este espacio temático fue donde se filmó la multipremiada película Fresa y chocolate en 1993. El restaurante abrió tres años después del filme. El edificio solía llamarse Mansión Camagüey, y era una casa que se hizo con un fin clínico, se veían problemas psíquicos leves, había sauna, e incluso salones de esgrima. Ariel nació allí y aún vive en uno de sus originales rincones. Recuerda particularmente aquel día que conversó con Jack Nicholson, quien visitó el paladar años atrás: “hablamos de música cubana de los años 50, del ballet y de la religión yoruba”. Otras de las personalidades que han visitado este peculiar lugar van desde Uma Thurman, has- ta los reyes de España, pasando por el escritor Gabriel García Márquez.

El secreto de la permanencia de este sitio por tantos años, incluso en la crisis de los años 90, ha sido el sentido de pertenencia y la humildad que caracteriza también a Enrique Núñez, su dueño y además vecino de Ariel, el Don Palabras Cubano, como decido llamarlo. Ariel recomienda el carnero a la albahaca, la lasaña de fruta bom- ba (papaya) con salpicón de mariscos, el pollo al limón y la tarta de chocolate. Para él, no hay día sin La Guarida: “Es mi yo, mi casa, mi vida”.

Don Palabras me habla también de la zona del Vedado, donde recuerda detalles de su juventud que se asoma a través del Hotel Nacional, el más galante de La Habana. Desde allí se tiene una preciosa perspectiva del Malecón y del profundo mar que le acompaña, sobre todo si se llega a la ondeante bandera cubana que exhibe la estrella que hoy titila débil, pero que aún con orgullo se defiende del arrebato.

El barrio del Vedado se distingue por su arquitectura Art Decó, exhibiendo el alter-ego de Cuba: Miami. Ahí está el Hotel Habana Libre, donde alguna vez Fidel Castro tomó todo un piso para radicar en la zona por varios meses. A pesar de que la arquitectura del hotel es simplona, se puede subir al piso 25 para tener la mejor vista sobre la ciudad. El edificio distintivo de este barrio es el Focsa, la edificación más alta de América Latina en la década de los 50, que ahora es una residencia para estudiantes, quienes junto a miles de cuba- nos tienen un punto de reunión: El Coppelia, la heladería de la isla, un espacio donde se pueden intercambiar ideas y sonrisas con los locales mientras degustas diversas y exóticas combinaciones de helado, o como los oriundos le llaman, “las ensaladas”. Es toda una experiencia, incluidas las largas filas de espera que al final fluyen rápido. El Coppelia es un obligado para que el alma grite: ¡Azúcar! recordando a la adorada Celia Cruz, quien nunca pudo regresar a La Habana.

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¡Habana Fresca!
Es hermoso pasear por las calles de esta ciudad y escuchar música por todas partes, puedes deambular y encontrarte con íconos musicales interpretándola con la misma alegría que caracteriza a los niños que juegan béisbol y fútbol sobre un mismo campo de juego. Nosotros coincidimos con Amaranto Fernández, uno de los primeros pianistas de Compay Segundo, que tan solo por una milésima de segundo en el reloj de las coincidencias, no pudo subir a ese auto clásico y flamante conducido por Ry Cooder, con destino al Buena Vista Social Club. Amaranto se siente mal, le ha dado un golpe de calor mientras tocaba en un restaurante- bar, “Ya no es lo mismo a los 88 años”, dice mientras se apoya en el hombro de Menelao, su bajista. Con la mano que le queda libre, toma la mía y antes de retirarse grita: “¡La Habana es música!”.

Si bemoles y do sostenidos, nos llevan a un espacio inédito en la ciudad: la Casa Gaia, ubicada en Teniente Rey 157, en el centro. Su dueña, Esther Cardoso, es una actriz que desde el año 2000 ha luchado por dar un espacio a los jóvenes talentos de la isla. Los nuevos exponentes y futuras estrellas del teatro y del jazz, interpretan libremente sus increíbles capacidades sobre el escenario. Además, Esther ha estrenado un proyecto llamado Microteatro al menú, donde según tus recursos, seleccionas lo que quieres consumir de comida y bebida, y puedes elegir el espectáculo que deseas ver de entre cinco puestas en es- cena que ocurren en diferentes momentos de la noche. “Que vengan los actores y músicos mexicanos, aquí tienen un espacio”.

Bajo la misma línea innovadora y fresca, encontramos un sitio en el que Dalí se sentiría tan cómodo como dentro de sus propios relojes blandos, se trata de El Ojo del Ciclón (calle O’Reilly 501, esquina con Villegas, Centro Habana), una galería y estudio que exhibe obras del artista Leo D’Lázaro. Lo mejor de todo, es que las puedes usar, es un “toca, juega y aprende” para todas las edades. Este artista, resulta ser el hijo de José Delarra, quien entre sus más de 2 mil obras, es autor del Memorial Comandante Che Guevara, un monumento icónico de Cuba y referente de la provincia de Santa Clara. Leo es una persona humilde y de pocas palabras, compartiendo un espacio para que todo el mundo entienda que vivir el presente es lo más im- portante: “Yo le llamo la arqueología del presente, soy un excavador del mismo y con ello estudio el ahora”.

Con piezas de arte como una original mesa de futbolito que a la vez produce música y que ha originado hasta un torneo barrial en esta disciplina, mantiene su idea de que cada día es un juego: “Jugar es movimiento y el movimiento origina presente”. Leo observa un columpio donde se divierte una visitante, él ríe y me dice en un suspiro: “La estaticidad es enemiga de la creación y de la vida”.

Cuba tiene el tiempo y la paciencia para volvernos más humanos, más alegres y saber que si hemos llegado hasta esta isla, es porque somos afortunados. Aquí brota la parte de nosotros que nunca queremos que se vaya, esa alegría y humildad que, a veces, nos da miedo conservar. Aquí la inocencia no es sinónimo de retraso, es más bien una virtud que su gente preserva con fervor.

“¡Hermano!”, me llaman, y yo sé que no hay quien lo diga de for- ma tan sincera, que un cubano.

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GUÍA LA HABANA

QUÉ HACER

Plaza de la Revolución
El lugar simbólico para los célebres discursos de Fidel Castro a los que han asistido hasta un millón de personas. El lugar es icónico por el enorme memorial a José Martí, el héroe de la independencia; y los rostros forjados en hierro del Ché y el muy querido Camilo Cienfuegos.

Miramar
Es una zona residencial dentro del municipio de Playa, es donde so- lía vivir la clase alta en elegantes mansiones hasta 1959. Su calle principal es La Quinta Avenida, haciendo alusión a la mítica vía neoyorquina. Para muchos oriundos es la calle más bella de todo el país. En esa misma zona se puede visitar el Acuario Nacional, esta área también ofrece lindas vistas al mar, ya que se encuentra al pie del litoral.

Playa Santa María
Es parte de las famosas “playas del este”, que tanto frecuentan los habaneros. Esta hermosa ribera está a media hora desde el centro de la ciudad, posee arenas finas y un mar que mantiene una temperatura fabulosa; este se viste de color azul oscuro, mezclado con turquesa. Si se desea pasar la noche, allí hay varios hoteles y casas con todos los servicios para rentar.

Parque Lenin
Ubicado al suroeste de la ciudad, es considerado el pulmón de La Habana y excelente para mezclar- se y convivir con la gente local. Son 760 hectáreas que se pueden recorrer a caballo, en una linda y clásica locomotora, o bien a pie para los más físicos. También cuenta con un parque de diversiones para los amantes de los juegos mecánicos.

DÓNDE COMER
Paladar La Casa, una opción excelente para degustar platillos caseros cubanos, sobre todo los filetes de pescado. Lo mejor de todo es que sus muy amables dueños, la familia Robaina Cardoso, es la que está al pen- diente del servicio. Sin duda, una de las mejores opciones para degustar profesionalmente la cocina de este país, si no pregunten al bailarín cubano Carlos Acosta del Royal Ballet de Londres, quien llevado por su nostalgia de comer como en casa, vino a este lugar y de paso se trajo a Jimmy Page y a Chris Owen; todos salieron con el corazón contento.
D. Calle 30 #865, La Habana, Cuba
T. +53 7 8817000
restaurantelacasacuba.com

DÓNDE HOSPEDARSE
El Hostel Los Frailes presenta una opción cómoda y llena de historia. Cuba está ofreciendo a la par de sus hoteles una opción diferente con estas construcciones antiguas dentro de la Habana Vieja. Aquí se hospedaba la nobleza, dignatarios eclesiásticos, autoridades militares y artistas reconocidos de la época colonial. Goza de buen servicio, habitaciones confortables y una excelente ubicación.
D. CalleTeniente Rey No. 8 e/ Mercaderes y Oficios, La Habana
T. +53 7 8629383
hotellosfrailescuba.com

VIDA NOCTURNA
La Casa de la Música
Aquí han tocado todos los grandes, desde Bamboleo hasta los Van Van
D. Ave. 35 No.3308, esquina a 20, Miramar
T. +53 7 2040447
D. Av. de Italia entre Concordia y Neptuno, Centro.

Si se desea un bar más bohemio y divertido, la recomendación es, sin duda, el nuevo bar El Chanchullero de Tapas con un espléndido menú alternativo de bebida y comida.
D. e/ Bernaza y El Cristo, 457 A bajosTeniente Rey, La Habana.
T. +53 5 2760938
el-chanchullero.com

O bien, La Factoría Plaza Vieja dotada de parrilladas, maltas y cervezas de la casa.
D. San Ignacio, Esq. Muralla La Habana Vieja.
hotellosfrailescuba.com