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México, tradiciones y cultura viva: entre rituales y festejos

Cada año se realizan alrededor de 5,000 fiestas a lo largo y ancho del territorio mexicano: unas ostentan herencia prehispánica o influencia europea, otras son de carácter religioso, ritual o pagano, y todas llevan consigo un profundo sincretismo cultural.

Bailes cargados de contenido ritual… Rezos que se convierten en música… Hermosas vestimentas, o máscaras que transforman a gente común en dioses o demonios… México emana un solo sentimiento festivo en el que se funden victoria y fracaso, fe y culpa, llanto y risa, solemnidad y despreocupación.

Música, danzas, rezos, rituales, colores, olores, sabores… De esos matices e ingredientes se conforma el folclor de México, la sangre que corre por sus venas y que pareciera infundir de vida a su cultura. En cada rincón del país hay una tradición que enriquece y estimula los sentidos.

Las festividades mexicanas, los cantos tradicionales y los sabores típicos están cargados de tal simbolismo y riqueza cultural que algunos de ellos han sido nombrados Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO. En los últimos años se han sumado nuevos integrantes a la lista de patrimonios de México para el mundo: el canto de los purépechasconocido como la pirekua o la danza de los parachicosde la Fiesta Grande de Chiapa de Corzo. Previamente, habían sido declaradas Patrimonio Intangible la celebración del Día de Muertos, la ceremonia ritual de los Voladores de Papantla y las tradiciones de los habitantes del Valle Sagrado Otomí-Chichimeca de la Sierra Gorda de Querétaro.

La pirekua –“canción”en purépecha— es un género musical originado en la fusión de notas y cantos religiosos de los evangelizadores, con reminiscencias de la música indígena. Es la voz de sus habitantes nativos. Los sonidos de la pirekua resuenan al ritmo de la historia del pueblo purépecha, ubicado en Michoacán. Los miembros de esta comunidad indígena se cuentan entre los mejores ejemplos de la habilidad del mexicano para componer, hacer música y, como ellos dicen, “llorar bonito”. Las canciones están dedicadas a la naturaleza, a las mujeres y a la vida; son recuerdos dolorosos y felices plasmados en el idioma original de sus intérpretes, quienes han hecho del canto un acto ritual de valentía y respeto por su historia.

La danza de los parachicos es la celebración mestiza más renombrada de Chiapas. Se efectúa en enero, durante la Fiesta Grande de Chiapa de Corzo. Tres venas alimentan el corazón chiapaneco en estas celebraciones: la que lleva la sangre aguerrida de los antiguos indios chiapanecas, la de los frailes europeos llegados durante la Conquista y, la más alegre y colorida, la de los esclavos africanos llegados a México entre los siglos XVI y XVII.
El alma de esa fiesta son los parachicos, personajes cuya máscara tallada en cedro busca imitar los rasgos de los españoles. Su cabellera es una peluca de ixtle adornada con flores o listones. Sobre los hombros llevan un colorido sarape y en el pantalón lucen chalinas bordadas en chaquira y lentejuela; en la mano llevan un chinchíno maraca que agitan mientras bailan.
El sonido de los chinchines evoca a la lluvia y el zapateado que realizan tiene como objetivo despertar a las fuerzas bienhechoras del fondo de la tierra para estimular la buena cosecha.

Carnavales

En febrero, entre la locura, las máscaras y el batir de los tambores, los carnavales llevan a cuestas la historia de los pueblos de México. La juerga que antecede al recogimiento de Cuaresma fue una costumbre heredada del clero español en el siglo XVI. Máscaras artesanales, disfraces, bailes, carros alegóricos, ritos que evocan las costumbres de cada región, comida típica y días interminables de fiesta se viven en diversos rincones del país. Aunque cada estado celebra a su manera, entre los carnavales más famosos de México se encuentran el de Veracruz, considerado como uno de los más alegres del mundo, y el de Campeche, el más antiguo del país, celebrado desde 1582. Entre sus atractivos principales están el Corzo, una fiesta en la que solo participan niños; la Pintadera, en la que todos salen a las calles abastecidos de globos de agua y pintura, y el Desfile de Algarabia Campechana, en el que la gente se viste con trajes típicos.

CUÁNDO: Diversas fechas, desde finales de enero hasta principios de marzo.

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Procesiones de Semana Santa

Si bien se trata de actividades que se realizan en plazas públicas, las procesiones de Semana Santa en diversos estados de México no son puestas en escena para turistas, sino una tradición con profundas raíces que se llevan a cabo con profundo respeto. La función ritual de las procesiones es la de recordar los últimos instantes de la vida de Cristo; sin embargo, cada estado las realiza con un toque personal: en San Miguel de Allende todos se visten de negro y las cofradías interpretan música solemne; en San Luis Potosí se realiza una de las procesiones silenciosas más famosas del país, en la que caminan por las calles del centro de la ciudad decenas de cofradías, y todos los participantes se visten de púrpura y blanco con capuchas.

CUÁNDO: Entre los últimos días de marzo y los primeros de abril.

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La Guelaguetza

Cada año, durante julio, Oaxaca se viste de fiesta y al mismo tiempo reafirma su legado prehispánico, rindiéndole honor a sus tradiciones y a su riqueza gastronómica y cultural en una de las celebraciones más representativas del folclor mexicano: la Guelaguetza. La palabra significa “ofrendar” o “compartir” en zapoteco, pero además de ser una fiesta, la Guelaguetza es una filosofía arraigada en las comunidades precolombinas y mestizas del estado; se basa en la generosidad y en ser solidarios. Por eso, la Guelaguetza, llamada también la Fiesta de los Lunes del Cerro, está basada en la participación de la gente en la fiesta cooperando y ofrendando algún espectáculo de danzas tradicionales, leyendas teatralizadas, música, artesanías o comida regional que traen grupos provenientes de las ocho regiones del estado.

CUÁNDO: Los dos lunes siguientes al 16 de julio.

DÓNDE: En diversas plazas y escenarios de la ciudad de Oaxaca.

Día de Muertos

Las almas que partieron regresan los primeros días de noviembre a visitar a sus seres queridos. Para recibirlos habrá desde música y flores, hasta procesiones o deliciosas ofrendas. En estas fechas, hasta la muerte se viste de fiesta. Llamativos altares de muertos se colocan en casas, comercios y cementerios para honrar la memoria de los que partieron. En el centro, arropadas por veladoras encendidas, encontramos fotos de los difuntos. Las flores de cempasúchil, de un naranja intenso que representa la luz del sol, indican a las almas el camino de vuelta a casa. Las ofrendas están listas: frutas, platillos tradicionales, tequila, cigarrillos, chocolates, dulces típicos… y todas las delicias de las que, en vida, disfrutaba el difunto, se ponen también sobre el altar. Tiras de papel picado, de colores brillantes y con la imagen de la calavera, simbolizan el viento, y cuando el papel ondea significa que los difuntos están presentes; el copal envuelve el ambiente con un aroma que atrae a vivos y muertos. El ánimo, más que de nostalgia, se colorea de fiesta: aquellos que fallecieron regresan por un par de días a disfrutar de la vida.

Otro rasgo típico de estas fiestas son “las calaveras”, rimas satíricas en las que se habla de los vivos como si ya estuvieran muertos, engrandeciendo o ironizando sobre sus virtudes o defectos. Las Catrinas, sofisticados esqueletos ataviados con un afrancesado sombrero, están también entre los iconos que predominan en esta festividad y nos recuerdan que la muerte, cuando llega, no distingue raza, cultura o posición social. Esta celebración es un claro ejemplo de sincretismo cultural: la fusión entre la fe cristiana y las tradiciones autóctonas, una festividad con gran contenido espiritual, que une a los vivos con sus propias raíces, su historia y sus antepasados.

Pátzcuaro, un pueblo a 59 kilómetros de Morelia, en Michoacán, es uno de los destinos favoritos para vivir estas fiestas. Hasta su nombre en purépecha rinde honor a los difuntos: “lugar de la negrura” o “el mundo de la muerte”. Por la noche, las calles empedradas, con sus casas coloniales alrededor del lago, adoptan un aire festivo. Se presentan ofrendas típicas, con velas y flores de cempasúchil, en la explanada de La Casa de los Once Patios. Además hay conciertos y tianguis artesanales en la plaza principal.

En el Lago de Pátzcuaro se realiza una procesión a bordo de embarcaciones típicas de la región, decoradas con flores y veladoras. Al llegar a la isla de Janitzio se ve a la gente congregada alrededor de las tumbas adornadas con ofrendas. Las campanas anuncian la llegada de las ánimas, al tiempo que se escuchan los cantos y rezos en honor de los muertos. Los concursos de altares, los grupos musicales, las serenatas, así como la comida, la solemnidad y la alegría del encuentro entre vivos y muertos son parte de una tradición mexicana que ningún viajero debe perderse.

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Posadas y piñatas

La costumbre de las posadas –que se celebran del 16 al 23 de diciembre en todo México— se inició en los tiempos de la Colonia. Se trata de una representación que se hace entre amigos y familiares del peregrinar de María y José en busca de asilo, que culmina cuando estos son bienvenidos a resguardarse. La representación se hace con cánticos tradicionales y finaliza con una fiesta en la que se bebe ponche –jugo de manzana, ciruela pasa, tejocote, caña de azúcar y guayaba— y se rompen las típicas piñatas. Hechas de barro y decoradas con papeles brillantes, las piñatas tienen la forma de una estrella de siete picos, que representan los siete pecados capitales, a los que hay que “romper” con la “fe ciega” –con los ojos vendados— usando un palo que representa la fortaleza divina. Al romperse “los pecados”, las bendiciones caen “del cielo”: dulces típicos y mandarinas, tejocotes, cacahuates y limas, la recompensa por haber vencido al mal

Fotografías:

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