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Las reinas de la música: supersticiones en grupos femeniles de música popular mexicana

Cuando Dulce Matria toma la trompeta y pega un fortísimo viento que dispara un sonido agudo y constante, la corriente de aire que empuja su diafragma tiene una perfección continua: es precisa, sin interrupción, sin intermitencias. Dulce toca la trompeta y es cantora desde los 5 años.

Su madre, quien le enseñó a cantar, interpretaba los éxitos de la música ranchera en un grupo fundado por su esposo Joel y que por el nombre –Los Caballeros Dorados de Durango– parecía no llevar ninguna mujer en su alineación. Ana Rosa, la madre de Dulce, aprendió sobre la marcha los secretos de la trompeta, el violín y el guitarrón, conocimientos empíricos que le regaló a su hija antes de morir bajo fuego cruzado en una cantina de Tamaulipas en el año 2010: la guerra contra el narcotráfico había empezado ya a degollar los sueños de mariposas y pájaros cantores, figuras que iban bordadas aquella madrugada en el chaleco de charro de la madre de Dulce y que terminarían hundidas entre sangre y pólvora.

Cinco años después del atentado, Dulce y su padre fundaron el mariachi internacional femenil: Las Divas de Oro, un grupo que, a petición de Dulce, no debía tener hombres en la alineación; serían puras mujeres las que habrían de interpretar la música popular y tradicional mexicana.

“Cantamos las canciones que hacen sentir a nuestro México, a nuestra madre patria, por eso me llaman ‘Dulce Matria’, porque soy mujer, soy mariachi y le canto a México, a la vez que también le canto a mi madre”.

Dulce Matria tiene una particular superstición y la practica en grupo junto a Gaby y Tereza (violines), Eulalia La Flaca (guitarra), Valentina (segunda trompetista), María Valentina (vihuela), y Dafne La Chaparrita (guitarrón): todas toman una preparación que les hace Nepomuceno, un curandero oriundo de Oaxaca asentado en Durango desde hace 15 años. El menjurje tiene mezcal, romero, mariguana, veneno de alacrán y menta. Con un aspersor, se lo aplican en la nuca, en los brazos y en las piernas; por último, lo untan a los instrumentos, “los limpian” con esta mezcla, mientras cantan a su tierra:

Yo soy de la tierra de los alacranes… yo soy de Durango, palabra de honor en donde los hombres son hombres formales y son sus mujeres puro corazón .

Dulce Matria me muestra un último secreto, insólito y singular: los botones de su trompeta tienen las huellas dactilares de los dedos de su mamá, los mismos que presionaban aquellos pistones para regular el viento. Cuando me acerco a mirar, pensaba que eran solo moldes de aquellas huellas, sin embargo, es la piel enmicada de su madre muerta: “Llamaron a mi tía de la procuraduría, dijeron que habían encontrado un rastro de mi mamá que terminaron siendo seis de sus dedos; los hallaron en el municipio de San Fernando en Tamaulipas”.

Las huellas de esos dedos, coincidían efectivamente con las del registro de la mamá de Dulce: “Recuerdo que mi tía, mi padre y mis abuelos, les gritaron a los federales que no querían seis dedos, querían el cuerpo completo”. Hasta la fecha no han encontrado más restos y el año pasado, Lourdes, la abuela de Dulce, exigió tener las huellas para que existiera al menos algo del cuerpo para despedirse, para velar.

Tras inmensos papeleos burocráticos, la familia se hizo de aquellos pedazos de piel, mapas de aquellas manos que creaban música. Al poco tiempo, Dulce Matria le pidió a su abuela tres huellas para llevar a su madre de vuelta a la música: del índice, dedo medio y anular; cuando las tuvo, las llevó con un reparador de viejos instrumentos en San Antonio, Texas. Dulce recuerda y sonríe cuando me cuenta que mientras esperaba que le hicieran esta peculiar inserción de piel a los émbolos a su trompeta, ella veía pasar el tiempo en un reloj que tenía alacranes disecados como señales para marcar las horas, se imaginaba lo que debió costarle al artesano atrapar esos bichos: “Imagínate, atrapas a un alacrán y dices, ya tengo mi 1:00 de la tarde, mis 4 de la madrugada, mi media noche”, se ríe y recuerda que esa imagen le dio el primer tema propio de las Diosas de Oro, que ella compuso inspirada en el tiempo y en su madre.

Tiempo eres, curas y envenenas, déjame ser libre, volar como paloma al viento, no me limites, no me cortes las alas, no me des el veneno de la hora, porque tal vez de esa hora ya no vuelva, envenéname solo de juventud y amor.

Del tiempo del alacrán partimos y le damos dos vueltas completas al reloj (25 horas) para llegar por tierra a Ensenada, Baja California, a través de una gran carretera desierta y oscura, tal como la describían los Eagles en la mítica “Hotel California”. Nos recibe Karen, fundadora del grupo Las Víboras de Ensenada, conjunto de música norte- ña formado por cuatro mujeres (además de Karen, son Paty, Blanca y Luz Elena).

Con apenas un año en la vida, digamos, pública, ya están por grabar su primer disco de manera independiente. Karen tiene 28 años y además de su afición por los cuartetos norteños, le gusta escuchar rock y la música de salón como la de la Sonora Santanera. Se autonombra como una “millenial” de los ritmos del norte porque se interesa en aprovechar aplicaciones y otras plataformas para elaborar su música y distribuirla, aunque no niega la dificultad de abrirse paso en el mundo de la música. “Tenemos muchas herramientas, eso es bueno, cualquiera puede compartir su música, al final, el trabajo y la calidad de tus canciones van a ser las que seguirán haciendo la diferencia”.

La líder de Las Víboras de Ensenada reclutó a puras mujeres. Karen busca darle ese matiz “a un campo de puro hombre que dizque trae a las mujeres comiendo de sus pies”. Karen narra que no es nada fácil hacer un grupo de puras mujeres: “tienes que buscarle porque si quieres un acordeón, te vas a encontrar a puros hombres, que si buscas un bajo, igual, pura mano macha, entonces hay que tener paciencia; hay varias chicas que tocan su música pero aún les da pena salir a formar parte de un estilo de música en donde se ve puro hombre”.

Me doy cuenta de que la mayor de estas dignas víboras que musicalizan la hermosa península de Baja California, es arriesgada, meticulosa y clara, virtudes que fluyen en su sincero acento norteño, suelta cada palabra sin prejuicio y con seguridad, no existe una sobre-meditación en su lenguaje; este va natural, sin miedo. Los planes que Karen tiene para la banda son así y no hay duda de que sorprenden por su frescura y originalidad, de donde parte también su superstición: “A mí me gustaría lograr una mezcla entre Johnny Cash y Paquita la del Barrio con el juego que hace el acordeón y el redoble con bombo y platillo que tiene la música norteña”. Para Karen cualquier canción se puede hacer en este ritmo porque “es un género donde se juega más de lo que se piensa”, no hay reglas estrictas de la música, solo hay una base que se compone de dos tiempos (2/4) y tres tiempos (3/4).

Me quedo atónito con tal confesión y mi imaginación no cesa de reproducir una fusión así de original. Para lograrlo, Karen no se basa solo en creatividad, sino en unir sus supersticiones en torno a esas dos figuras con las que busca un diálogo en la música: Cash / La del Barrio.

“Vas a decir que estoy loca, pero para cada ensayo hago dos rituales que te voy a confesar, la mera verdad no me da pena: me visto de negro como hacía el Johnny (Cash) y rezo con mucha fuerza; pienso en bendiciones para todos los que quiero, para las chicas de la banda, para que tengamos salud y que nos protejan de cualquier peligro en este mundo que está bien pinche loco, pienso en hartas cosas que me ponen sentimental y al final lloro. Esto lo llevo haciendo un tiempo; para cuando me di cuenta supe que hacía dos cosas de las dos personas que me inspiran: vestirme de negro (Cash) y llorar (Paquita). ¿Cómo ves?”

Karen arranca un falsete que hace del horizonte un anillo de fuego. Entonces el sol se dispersa en púrpuras, naranjas y rojos, tres colores combinados, tres engaños a la noche para que prolongue su caída, la primera vez lo hicieron por coraje, la segunda por capricho y la tercera por placer

Ilustración por: VICTOR SOLIS

Sujeto sensible al cambio climático, cartonista profesional desde los 15 años, egresado de la Nacional de Artes Plásticas, padre de Julián, autor de Verde Monero y Centígrados y Paralelos, con participación en decenas de medios impresos y con varios proyectos editoriales, artísticos y humorísticos en incubación.

Texto por: LUIS ALBERTO GONZÁLEZ ARENAS

Es curioso genéticamente, viajero, bohemio y obsesivo. Trata, cada vez más, de vivir en la República del Momento Presente. Es fundador de RIP, agencia de periodismo, relaciones públicas y exploración cultural. Ha trabajado como editor y escritor en publicaciones de arte y música; en Real Madrid TV y hasta de promotor cultural en la India. Vive para crear y crea para vivir. Detesta la injusticia, defende la nobleza y hurga en sí mismo todos los días para evolucionar su sentido común. Es idealista, pero toma varios chochos de realidad todos los días; está orgulloso de ser mexicano, pero decepcionado del conformismo en algunos de sus paisanos ante decisiones clave. Le apasiona la política, la música y el futbol, cree en el amor de condominio (hay pa’ todos). Gusta de correr, cree en las coincidencias, toca la guitarra y lee. La persona que más le desespera en la vida es él mismo. Su palabra favorita es “gracias” y gusta de pensar que a esta vida se viene a vivir, no a sobrevivir.