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Viaje a los cimientos de la Revolución

Todo indicaba que hoy sería un domingo como cualquier otro, un plan familiar liderado por Jacinta, mi hija menor. Salvo que en esta ocasión le propuse una tarea: que fuera mi guía turística de un sitio que ninguno de los dos conociéramos, un lugar que todo mexicano debería visitar y mi tercer requisito fue, en palabras textuales, “Sorpréndeme”. La tarea implicaba cierta dificultad para ella, pues debía investigar a fondo acerca del lugar escogido, su historia, sus secretos y leyendas, en fin, todo aquello que ella considerara importante para cumplir con el objetivo de sorprenderme. Mi idea era que ella diseñara un auténtico tour privado en el que, aparte de compartir una experiencia juntos, ella aprendiera cosas nuevas de su ciudad. El resultado fue increíble y debo aceptar que Jacinta se lució, superando por mucho mis expectativas.

Emprendimos el viaje hacia aquel destino incógnito, y por más que insistí, no obtuve de Jacinta más que pistas vagas como: es un lugar enorme, pero que nadie ve. Se tomó muy en serio su papel y quiso mantener el “factor sorpresa” tal como ella lo describió. Decidí disfrutar del camino, me relajé, puse algo de música y comenzamos a platicar. Cuando nos encontrábamos muy cerca de nuestro destino, ella me pidió que frenara el coche y me cambiara al lugar del copiloto, cerré los ojos mientras se abría el quemacocos de la camioneta hasta que al fin me dijo: “ábrelos”, y ahí estaba el imponente Monumento a la Revolución Mexicana. El quemacocos panorámico permitía ver hasta el punto más alto del Monumento, por lo que aprovechamos y rodeamos toda la glorieta para admirarlo desde cada uno de sus ángulos. Salir en familia en una Buick Envision, tiene ventajas que engrandecen la experiencia de todos en casa.

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Entramos al edificio y desde ese momento, Jacinta se metió muy seriamente en su papel de guía, incluso me llamaba por mi propio nombre, evitando –en ocasiones con dificultad– llamarme papá, un detalle que me pareció simpático de su parte. Nos adentramos en los cimientos del Monumento, mientras me contaba que se trata de los pocos edificios en el mundo a los que se puede acceder a ese nivel. Luego me contó la historia del edificio, cuya construcción fue encomendada por Porfirio Díaz hace aproximadamente 100 años. El proyecto inicial era construir un majestuoso Palacio Legislativo, que por diversas razones, la edificación quedó abandonada por más de veinte años. Años después, el arquitecto mexicano Carlos Obregón Santacilia retomó la construcción, la reinterpretó por completo para darle vida a lo que hoy conocemos como el solemne Monumento a la Revolución. Al recorrer sus cimientos junto con Jacinta nos perdimos entre su estructura, un laberinto formado por gigantes vigas de acero color rojizo, recorrimos sus pasadizos sintiendo una temperatura varios grados menor a la de la superficie, todo aquello parecía un misterio sacado directamente de una película de suspenso.

Fue así que fuimos a dar con una interesante intervención artística llamada Bajo la Mira. Mi pequeña guía me comentó que se trataba de una interpretación de objetos bélicos elaborados en vidrio, con balas y rifles acomodados de tal manera que dejaron de ser instrumentos de guerra para convertirse en auténticas obras de arte.

Continuamos el recorrido adentrándonos a una zona adaptada para proyecciones cinematográficas. Inició entonces una película con secuencias filmadas en vivo durante la Revolución Mexicana, justo en la época en la que surgía el cine. Me quedé sin aliento. Allí pudimos ver el momento en que los heroicos Emiliano Zapata y Pancho Villa cabalgan juntos por primera vez después de meses de batallas. Me transporté a aquella época y me imaginé cabalgando por ese increíble país, portando mi sombrero gigante en la cabeza y en los pies unas botas de la más fina piel, con un tupido bigote negro en mi fatigado rostro, insolado después de recorrer arduamente los ásperos caminos de mi México profundo.

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Culminamos el recorrido en la parte más alta del Monumento, lo que hasta hace pocos meses no se podía hacer. Subimos por un elevador de paredes de cristal y al llegar a la cima, una vez más, me sorprendí. Salimos al mirador desde donde se puede apreciar la hermosa Ciudad de México en una vista de 360 grados. Mi hija me comentó que el dato que más le gustó cuando hizo la investigación fue que los restos mortales de Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Pancho Villa, entre muchos otros grandes héroes mexicanos se encuentran albergados dentro de este mágico lugar. La abracé mientras disfrutábamos de un inigualable atardecer cayendo sobre la ciudad y le di las gracias por haberme traído a conocer tan importante sitio, un Monumento que celebra una época trascendental para los mexicanos, que honra el esfuerzo de tantos compatriotas que lucharon y perdieron la vida por la defensa de sus ideales, un sitio que hoy funge como Mausoleo para aquellos valientes guerreros que lucharon por nuestra patria.  Ella me abrió los ojos a una nueva forma de ver a mi ciudad, a entender que los monumentos están allí por alguna razón, que todos ellos esconden un pasado fascinante repleto de historias, leyendas y curiosidades. Solo queda en nosotros la decisión de emprender un viaje para descubrirlos.

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Fotos por Mónica de León.