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Yvonne Dommengue

Esculturas que conviven y contrastan con el espacio que intervienen. Movimiento y diálogo. El trabajo de Yvonne Dommengue se distingue por su capacidad de forjar un vínculo, emocional e intelectual, con los ojos que lo observan. Siempre oscilando entre la evocación figurativa y la completa abstracción, Dommengue juega con el espectador de su obra y lo mantiene adivinando sobre qué es lo que está viendo y qué es lo que queda oculto. Tal vez la entrevista aclare algunas dudas, pero si no, habrá que seguir en la sospecha.

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¿Qué te hace llevar tu escultura a un formato público?

Me encanta pensar en la posibilidad de que la gente que camine cerca de alguna pieza mía, la vea, encuentre un mensaje y la haga vibrar.

Es un privilegio colocar una presencia plástica en un espacio donde antes no había nada, y que ésta cambie el carácter del lugar, pero a la vez que vaya de acuerdo con el lenguaje arquitectónico y su entorno, porque una escultura acentúa lo que hay en ese lugar.

El arte público pertenece a la gente, pertenece al espacio.

Tienes varias esculturas urbanas instaladas alrededor del mundo ¿Cómo eliges la escultura indicada para cada lugar?

A veces el espacio pide algo en especial, porque tiene necesidades específicas

Para Vancouver, por ejemplo, tenía que ser algo que te recordara el movimiento del agua y del viento, la intensidad de la vida. La pieza que hice sobre olas del mares una serie de ondulaciones abstractas, conformadas en una esfera, que están con el mar de fondo, pasan los barcos, pasan los patos. La pieza es perfecta para ese lugar.

Para Millennium Park, en Chicago, quería que mis piezas contrastaran con el paisaje de la ciudad. Quise que la gente se sintiera relacionada con ellas y se sintiera en cierta medida parte de ellas, es por eso que su escala es muy humana. Si sabes que tu escultura estará al aire libre, necesitas un material que sea duradero. Chicago tiene temperaturas muy frías, así que elegí un material y una pintura para la intemperie que aguanta perfecto lluvia,  nieve, frío ó calor.

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Tu idea de belleza corresponde a una definición clásica de perfección, de armonía.

Hago visible la evidencia de la belleza, de lo que somos parte, porque todos somos parte de la geometría de la naturaleza. Quiero que así nos miremos y nos respetemos.

En tu trabajo existe una fascinación en el juego entre las formas de la naturaleza y la geometría, y entre la luz y la sombra.

Yo soy una enamorada de la naturaleza, es mi mejor maestra. Exploro su armonía y  su perfección; ella crea maravillosas estructuras.  Al observarla, lo que trato de rescatar es la geometría, el orden, y luego la hago mía. No son réplicas, son interpretaciones  pero con la estructura de la naturaleza. Mis estructuras son abstractas,  totalmente abstractas.

La geometría me da la libertad y el orden para trabajar.

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Además, está el simbolismo de las formas, el color. En las piezas de Millennium Park, ¿de qué manera se refleja ésto?

El árbol es el puente entre el cielo y la tierra, entre lo material y lo espiritual, y sus ramas erguidas están recibiendo lo que llega.

Las semillas son la vida, la capacidad de recrearse y florecer. Las pinté naranja porque es el color de la cercanía, de la calidez, de la unión.

La redondez de cada esfera alude a lo perfecto, a lo infinito: a lo que no tiene principio ni fin. En ellas lo concreto y lo imaginado, el color y el vacío, la luz y la sombra, juegan formando un total complejo y a la vez sencillo.

El color de todas es muy festivo. Quería que mis esculturas nos recordaran que estamos vivos, que debemos estar felices de que estamos vivos.

¿Tu trabajo es una especie de homenaje a la vida?

Busco que mis esferas transmitan la armonía del cosmos, de que somos parte de un todo. Somos privilegiados de vivir dentro de este orden y belleza. Mi trabajo celebra la vida misma.  Siempre he exaltado la vida. Me parece una maravilla vivir en un sistema donde estamos interconectados. Me gusta la idea de contagiar mi admiración por la existencia.

Las esculturas representan las interconexiones entre el microcosmos y el macrocosmos, desde la desafiante gravedad de  los planetas hasta la maravillosa geometría y orden de las estructuras moleculares. Desde  la germinación de un árbol hasta el potencial de las semillas, estas esculturas nos recuerdan que todos estamos conectados, y que somos parte del mismo cosmos.

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Tu escultura tiene motivos espirituales y filosóficos,  ésto ¿cómo lo traduces al lenguaje plástico?

En  líneas muy sencillas, limpias, matemáticas, llenas de geometrías, muy ordenadas pero visualmente muy ligeras. Es fácil identificarte con las líneas suaves.

¿Qué sientes el haber llegado a Millennium Park?

Es el momento más destacado de mi carrera. Tengo tantos artistas que admiro que están ahí, y ser la primera mujer, que sea mexicana, es como doblemente galardonada.

Estoy muy emocionada de intervenir el espacio de Millennium Park con mi obra. Deseo que el transeúnte, de cualquier nacionalidad, se sienta identificado con estas esculturas transitables, disfrute sus formas y colores, y viva una escultura mexicana, sintiendo éste como un éxito compartido.

Más allá del hecho de que yo gané el privilegio de estar ahí, considero que mis piezas son embajadoras de México, por lo que trato de hacer un trabajo muy digno. Lo siento  también como un logro para la comunidad mexicana; es como si estuviera representando a una hermandad. Esto es una medalla a mi comunidad.